Literatura BDSM Cincuenta sombras más oscuras | Page 139

viste el sábado pasado. Palidezco y me pongo seria. No es agradable imaginar a Christian infeliz, y el sábado pasado le abandoné. Tuvo que recurrir a ella. Esa idea me descompone. ¿Por qué estoy aquí sentada escuchando toda esta basura, y de ella, nada menos? Me levanto despacio, sin dejar de mirarla. —Me sorprende su desfachatez, señora Lincoln. Christian y yo no tenemos nada que ver con usted. Y si le abandono y usted viene a por mí, la estaré esperando, no tenga ninguna duda de ello. Y quizá le pague con su misma moneda, para resarcir al pobre chico de quince años del que usted abusó y al que probablemente destrozó aún más de lo que ya estaba. Se queda estupefacta. —Y ahora, si me perdona, tengo mejores cosas que hacer en vez de perder el tiempo con usted. Me doy la vuelta, sintiendo una descarga de rabia y adrenalina por todo el cuerpo, y me dirijo hacia la entrada de la carpa, donde están Taylor y Christian, que acaba de llegar, con aspecto nervioso y preocupado. —Estás aquí —musita, y frunce el ceño al ver a Elena. Yo paso por su lado sin detenerme, sin decir nada, dándole la oportunidad de escoger entre ella y yo. Elige bien. —Ana —me llama. Me paro y le miro mientras él acude a mi lado—. ¿Qué ha pasado? Y baja los ojos para observarme, con la inquietud grabada en la cara. —¿Por qué no se lo preguntas a tu ex? —replico con acidez. Él tuerce la boca y su mirada se torna gélida. —Te lo estoy preguntando a ti. No levanta la voz, pero el tono resulta mucho más amenazador. Nos fulminamos mutuamente con la mirada. Muy bien, ya veo que esto acabará en una pelea si no se lo digo. —Me ha amenazado con ir a por mí si vuelvo a hacerte daño… armada con un látigo, seguramente —le suelto. El alivio se refleja en su cara y dulcifica el gesto con expresión divertida. —Seguro que no se te ha pasado por alto la ironía de la situación —dice, y noto que hace esfuerzos para que no se le escape la risa. —¡Esto no tiene gracia, Christian! —No, tienes razón. Hablaré con ella —dice, adoptando un semblante serio, pero sonriendo aún para sí. —Eso ni pensarlo —replico cruzando los brazos, nuevamente indignada.