Literatura BDSM Cincuenta sombras más oscuras | Page 130
—¡Adjudicada! —grita triunfante.
Entre un ensordecedor clamor de vítores y aplausos, Christian avanza, me
da la mano y me ayuda a bajar del escenario. Me mira con semblante irónico mientras
yo bajo, me besa el dorso de la mano, la coloca alrededor de su brazo y me conduce
fuera de la carpa.
—¿Quién era ese? —pregunto.
Me mira.
—Alguien a quien conocerás más tarde. Ahora quiero enseñarte una cosa.
Disponemos de treinta minutos antes de que termine la subasta. Después tenemos que
regresar para poder disfrutar de ese baile por el que he pagado.
—Un baile muy caro —musito en tono reprobatorio.
—Estoy seguro de que valdrá la pena, hasta el último centavo.
Me sonríe maliciosamente. Oh, tiene una sonrisa maravillosa, y vuelvo a
sentir ese dolor que florece con plenitud en mis entrañas.
Estamos en el jardín. Yo creía que iríamos a la casita del embarcadero, y
siento una punzada de decepción al ver que nos dirigimos hacia la gran pérgola, donde
ahora se está instalando la banda. Hay por lo menos veinte músicos, y unos cuantos
invitados merodeando por el lugar, fumando a hurtadillas. Pero como toda la acción
está teniendo lugar en la carpa, nadie se fija mucho en nosotros.
Christian me lleva a la parte de atrás de la casa y abre una puerta
acristalada que da a un salón enorme y confortable que yo no había visto antes. Él
atraviesa la sala desierta hacia una gran escalinata con una elegante barandilla de
madera pulida. Me toma de la mano que tenía enlazada en su brazo y me conduce al
segundo piso, y luego por el siguiente tramo de escaleras hasta el tercero. Abre una
puerta blanca y me hace pasar a un dormitorio.
—Esta era mi habitación —dice en voz baja, quedándose junto a la puerta y
cerrándola a sus espaldas.
Es amplia, austera, con muy poco mobiliario. Las paredes son blancas, al
igual que los muebles; hay una espaciosa cama doble, una mesa y una silla, y estantes
abarrotados de libros y diversos trofeos, al parecer de kickboxing. De las paredes
cuelgan carteles de cine: Matrix, El club de la luch, El show de Truman, y dos pósters
de luchadores. Uno se llama Giuseppe DeNatale; nunca he oído hablar de él.
Lo que más llama mi atención es un panel de corcho sobre el escritorio,
cubierto con miles de fotos, banderines de los Mariners y entradas de conciertos. Es un
fragmento de la vida del joven Christian. Dirijo de nuevo la mirada hacia el
impresionante y apuesto hombre que ahora está en el centro de la habitación. Él me
mira con aire misterioso, pensativo y sexy.
—Nunca había traído a una chica aquí —murmura.
—¿Nunca? —susurro.
Niega con la cabeza.