Literatura BDSM Cincuenta sombras más oscuras | Page 129

problemático en el colegio, que se metía en peleas. Me pregunto por qué. Le miro fijamente. Lily nos vigila atentamente. —Y ahora, permítanme que les presente a la preciosa Ana. Oh, no… esa soy yo. Nerviosa, miro de reojo a Mia, que me empuja al centro de escenario. Afortunadamente no me caigo, pero quedo expuesta a la vista de todo el mundo, terriblemente avergonzada. Cuando miro a Christian, me sonríe satisfecho. Cabrón… —La preciosa Ana toca seis instrumentos musicales, habla mandarín con fluidez y le encanta el yoga… Bien, caballeros… Y antes de que termine la frase, Christian interrumpe al maestro de ceremonias fulminándolo con la mirada: —Diez mil dólares. Oigo el grito entrecortado y atónito de Lily a mis espaldas. Oh, no… —Quince mil. ¿Qué? Todos nos volvemos a la vez hacia un hombre alto e impecablemente vestido, situado a la izquierda del escenario. Yo miro perpleja a Cincuenta. Madre mía, ¿qué hará ante esto? Pero él se rasca la barbilla y obsequia al desconocido con una sonrisa irónica. Es obvio que Christian le conoce. El hombre le responde con una cortés inclinación de cabeza. —¡Bien, caballeros! Por lo visto esta noche contamos en la sala con unos contendientes de altura. El maestro de ceremonias se gira para sonreír a Christian y la emoción emana a través de su máscara de arlequín. Se trata de un gran espectáculo, aunque en realidad sea a costa mía. Tengo ganas de llorar. —Veinte mil —contraataca Christian tranquilamente. El bullicio del gentío ha enmudecido. Todo el mundo nos mira a mí, a Christian y al misterioso hombre situado junto al escenario. —Veinticinco mil —dice el desconocido. ¿Puede haber una situación más bochornosa? Christian le observa impasible, pero se está divirtiendo. Todos los ojos están fijos en él. ¿Qué va a hacer? Tengo un nudo en la garganta. Me siento mareada. —Cien mil dólares —dice, y su voz resuena alta y clara por toda la carpa. —¿Qué diablos…? —masculla perceptiblemente Lily detrás de mí, y un murmullo general de asombro jubiloso se alza entre la multitud. El desconocido levanta las manos en señal de derrota, riendo, y Christian le dirige una amplia sonrisa. Por el rabillo del ojo, veo a Mia dando saltitos de regocijo. —¡Cien mil dólares por la encantadora Ana! A la una… a las dos… El maestro de ceremonias mira al desconocido, que niega con la cabeza con fingido reproche, pero se inclina caballerosamente.