Literatura BDSM Cincuenta sombras más oscuras | Page 128

toda prisa el escenario. —¿Lo ves…? ¡Es divertido! —murmura Mia, y añade—: Espero que Christian consiga tu primer baile, porque… no quiero que haya pelea. —¿Pelea? —replico horrorizada. —Oh, sí. Cuando era más joven era muy temperamental —dice con un ligero estremecimiento. ¿Christian metido en una pelea? ¿El refinado y sofisticado Christian, aficionado a la música coral del periodo Tudor? No me entra en la cabeza. El maestro de ceremonias me distrae de mis pensamientos con la siguiente presentación: una joven vestida de rojo, con una larga melena azabache. —Caballeros, permitan que les presente ahora a la maravillosa Mariah. Ah… ¿qué podemos decir de Mariah? Es una experta espadachina, toca el violonchelo como una auténtica concertista y es campeona de salto con pértiga… ¿Qué les parece, caballeros? ¿Cuánto estarían dispuestos a ofrecer por un baile con la deliciosa Mariah? Mariah se queda mirando al maestro de ceremonias, y entonces alguien grita, muy fuerte: —¡Tres mil dólares! Es un hombre enmascarado con cabello rubio y barba. Se produce una contraoferta, y Mariah acaba siendo adjudicada por cuatro mil dólares. Christian no me quita los ojos de encima. El pedenciero Trevelyan-Grey… ¿quién lo habría dicho? —¿Cuánto hace de eso? —le pregunto a Mia. Me mira, desconcertada. —¿Cuántos años tenía Christian cuando se metía en peleas? —Al principio de la adolescencia. Solía volver a casa con el labio partido y los ojos morados, y mis padres estaban desesperados. Le expulsaron de dos colegios. Llegó a causar serios daños a algunos de sus oponentes. La miro boquiabierta. —¿Él no te lo había contado? —Suspira—. Tenía bastante mala fama entre mis amigos. Durante años fue considerado una auténtica persona non grata. Pero a los quince o dieciséis años se le pasó. Y se encoge de hombros. Santo Dios… Otra pieza del rompecabezas que encaja en su sitio. —Entonces, ¿cuánto ofrecen por la despampanante Jill? —Cuatro mil dólares —dice una voz ronca desde el lado izquierdo de la multitud. Jill suelta un gritito, encantada. Yo dejo de prestar atención a la subasta. Así que Christian era un chico