Literatura BDSM Cincuenta sombras más oscuras | Page 131

Trago saliva convulsamente, y el dolor que ha estado molestándome las dos últimas horas ruge ahora, salvaje y anhelante. Verle ahí plantado sobre la moqueta azul marino con esa máscara… supera lo erótico. Le deseo. Ahora. De la forma que sea. He de reprimirme para no lanzarme sobre él y desgarrarle la ropa. Él se acerca a mí lento y cadencioso. —No tenemos mucho tiempo, Anastasia, y tal como me siento ahora mismo, no necesitaremos mucho. Date la vuelta. Deja que te quite el vestido. —Yo me giro, mirando hacia la puerta, y agradezco que haya echado el pestillo. Él se inclina y me susurra al oído—: Déjate la máscara. Yo respondo con un gemido, y mi cuerpo se tensa. Él sujeta la parte de arriba de mi vestido, desliza los dedos sobre mi piel y su caricia resuena en todo mi cuerpo. Con movimiento rápido abre la cremallera. Sosteniendo el vestido, me ayuda a quitármelo, luego se da la vuelta y lo deja con destreza sobre el respaldo de la silla. Se quita la chaqueta, la coloca sobre mi vestido. Se detiene y me observa un momento, embebiéndose de mí. Yo me quedo en ropa interior y medias a juego, deleitándome en su mirada sensual. —¿Sabes, Anastasia? —dice en voz baja mientras avanza hacia mí y se desata la pajarita, de manera que cuelga a ambos lados del cuello, y luego se desabrocha los tres botones de arriba de la camisa—. Estaba tan enfadado cuando compraste mi lote en la subasta que me vinieron a la cabeza ideas de todo tipo. Tuve que recordarme a mí mismo que el castigo no forma parte de las opciones. Pero luego te ofreciste. —Baja la vista hacia mí a través de la máscara—. ¿Por qué hiciste eso? —musita. —¿Ofrecerme? No lo sé. Frustración… demasiado alcohol… una buena causa —musito sumisa, y me encojo de hombros. ¿Quizá para llamar su atención? En aquel momento le necesitaba. Ahora le necesito más. El dolor ha empeorado y sé que él puede aliviarlo, calmar su rugido, y la bestia que hay en mí saliva por la bestia que hay en él. Christian aprieta los labios, ahora no son más que una fina línea, y se lame despacio el labio superior. Quiero esa lengua en mi interior. —Me juré a mí mismo que no volvería a pegarte, aunque me lo suplicaras. —Por favor —suplico. —Pero luego me di cuenta de que en este momento probablemente estés muy incómoda, y eso no es algo a lo que estés acostumbrada. Me sonríe con complicidad, ese cabrón arrogante, pero no me importa porque tiene toda la razón. —Sí —musito. —Así que puede que haya cierta… flexibilidad. Si lo hago, has de prometerme una cosa. —Lo que sea.