Literatura BDSM Cincuenta sombras más oscuras | Page 117
Christian no se separa de mí, y se lo agradezco. Francamente, la riqueza, el
glamour y el nivel de puro derroche del evento me intimidan. Nunca he asistido a un
acto parecido en mi vida.
Los camareros vestidos de blanco circulan grácilmente con más botellas de
champán entre la multitud creciente de invitados, y me llenan la copa con una
regularidad preocupante. No debo beber demasiado. No debo beber demasiado, me
repito a mí misma, pero empiezo a sentirme algo aturdida, y no sé si es por el champán,
por la atmósfera cargada de misterio y excitación que crean las máscaras, o por las
bolas de plata que llevo en secreto. Resulta cada vez más difícil ignorar el dolor sordo
que se extiende bajo mi cintura.
—¿Así que trabaja en SIP? —me pregunta un caballero calvo con una
máscara de oso que le cubre la mitad de la cara… ¿o es de perro?—. He oído rumores
acerca de una OPA hostil.
Me ruborizo. Una OPA hostil lanzada por un hombre que tiene más dinero
que sentido común, y que es un acosador nato.
—Yo solo soy una humilde ayudante, señor Eccles. No sé nada de esas
cosas.
Christian no dice nada y sonríe beatíficamente a Eccles.
—¡Damas y caballeros! —El maestro de ceremonias, con una
impresionante máscara de arlequín blanca y negra, nos interrumpe—. Por favor, vayan
ocupando sus asientos. La cena está servida.
Christian me da la mano y seguimos al bullicioso gentío hasta la inmensa
carpa.
El interior es impresionante. Tres enormes lámparas de araña lanzan
destellos irisados sobre las telas de seda marfileña que conforman el techo y las
paredes. Debe de haber unas treinta mesas como mínimo, que me recuerdan al salón
privado del hotel Heathman: copas de cristal, lino blanco y almidonado cubriendo las
sillas y las mesas, y en el centro, un exquisito arreglo de peonías rosa pálido alrededor
de un candelabro de plata. Al lado hay una cesta de exquisiteces envueltas en hilo de
seda.
Christian consulta el plano de la distribución y me lleva a una mesa del
centro. Mia y Grace Trevelyan—Grey ya están sentadas, enfrascadas en una
conversación con un joven al que no conozco. Grace lleva un deslumbrante vestido
verde menta con una máscara veneciana a juego. Está radiante, se la ve muy relajada, y
me saluda con afecto.
—¡Ana, qué gusto volver a verte! Y además tan espléndida.
—Madre —la saluda Christian con formalidad, y la besa en ambas
mejillas.
—¡Ay, Christian, qué protocolario! —le reprocha ella en broma.
Los padres de Grace, el señor y la señora Trevelyan, vienen a sentarse a