Literatura BDSM Cincuenta sombras más oscuras | Page 118
nuestra mesa. Tienen un aspecto exuberante y juvenil, aunque resulte difícil asegurarlo
bajo sus máscaras de bronce a juego. Se muestran encantados de ver a Christian.
—Abuela, abuelo, me gustaría presentaros a Anastasia Steele.
La señora Trevelyan me acapara de inmediato.
—¡Oh, por fin ha encontrado a alguien, qué encantadora, y qué linda!
Bueno, espero que le conviertas en un hombre decente —comenta efusivamente
mientras me da la mano.
Qué vergüenza… Doy gracias al cielo por la máscara.
Grace acude en mi rescate.
—Madre, no incomodes a Ana.
—No hagas caso a esta vieja tonta, querida. —El señor Trevelyan me
estrecha la mano—. Se cree que, como es tan mayor, tiene el derecho divino a decir
cualquier tontería que se le pase por esa cabecita loca.
—Ana, este es mi acompañante, Sean.
Mia presenta tímidamente al joven. Al darme la mano, me dedica una
sonrisa traviesa y un brillo divertido baila en sus ojos castaños.
—Encantado de conocerte, Sean.
Christian estrecha la mano de Sean y le observa con suspicacia. No me
digas que la pobre Mia tiene que sufrir también a su sobreprotector hermano. Sonrío a
Mia con expresión compasiva.
Lance y Janine, unos amigos de Grace, son la última pareja en sentarse a
nuestra mesa, pero el señor Carrick Grey sigue sin aparecer.
De pronto, se oye el zumbido de un micrófono, y la voz del señor Grey
retumba por encima del sistema de megafonía, logrando acallar el murmullo de voces.
Carrick, de pie sobre un pequeño escenario en un extremo de la carpa, luce una
impresionante máscara dorada de Polichinela.
—Damas y caballeros, quiero darles la bienvenida a nuestro baile benéfico
anual. Espero que disfruten de lo que hemos preparado para ustedes esta noche, y que
se rasquen los bolsillos para apoyar el fantástico trabajo que hace nuestro equipo de
Afrontarlo Juntos. Como saben, esta es una causa a la que estamos muy vinculados y
que tanto mi esposa como yo apoyamos de todo corazón.
Nerviosa, observo de reojo a Christian, que mira impasible, creo, hacia el
escenario. Se da cuenta y me sonríe.
—Ahora les dejo con el maestro de ceremonias. Por favor, tomen asiento y
disfruten —concluye Carrick.
Después de un aplauso cortés, regresa el bullicio a la carpa. Estoy sentada
entre Christian y su abuelo. Contemplo admirada la tarjetita blanca en la que aparece
mi nombre escrito con elegante caligrafía plateada, mientras un camarero enciende el
candelabro con una vela larga. Carrick se une a nosotros, y me sorprende besándome
en ambas mejillas.