Literatura BDSM Cincuenta sombras más oscuras | Page 113
—Naturalmente. Tienen una cualidad muy liberadora —añade, arqueando
una ceja y sonriendo.
Oh. Esto va a ser divertido.
—Ven. Quiero enseñarte una cosa.
Me tiende la mano y me lleva hacia el pasillo, hasta una puerta junto a la
escalera. La abre y me encuentro ante una habitación enorme, de un tamaño aproximado
al de su cuarto de juegos, que debe de quedar justo encima de esta sala. Está llena de
libros. Vaya, una biblioteca con todas las paredes atestadas, desde el suelo hasta el
techo. En el centro hay una mesa de billar enorme, iluminada con una gran lámpara de
Tiffany en forma de prisma triangular.
—¡Tienes una biblioteca! —exclamo asombrada y abrumada por la
emoción.
—Sí, Elliot la llama «el salón de las bolas». El apartamento es muy
espacioso. Hoy, cuando has mencionado lo de explorar, me he dado cuenta de que
nunca te lo había enseñado. Ahora no tenemos tiempo, pero pensé que debía mostrarte
esta sala, y puede que en un futuro no muy lejano te desafíe a una partida de billar.
Sonrío de oreja a oreja.
—Cuando quieras.
Siento un inmenso regocijo interior. A José y a mí nos encanta el billar.
Nos hemos pasado los últimos tres años jugando, y soy toda una experta. José ha sido
un magnífico maestro.
—¿Qué? —pregunta Christian, divertido.
¡Oh, no!, me reprocho. Realmente debería dejar de expresar cada emoción
en el momento en que la siento.
—Nada —contesto enseguida.
Christian entorna los ojos.
—Bien, quizá el doctor Flynn pueda desentrañar tus secretos. Esta noche le
conocerás.
—¿A ese charlatán tan caro?
—Oh, vaya.
—El mismo. Se muere por conocerte.
Mientras vamos en la parte de atrás del Audi en dirección norte, Christian
me da la mano y me acaricia los nudillos con el pulgar. Me estremezco, noto la
sensación en mi entrepierna. Reprimo el impulso de gemir, ya que Taylor está delante
sin los auriculares del iPod, junto a uno de esos agentes de seguridad que creo que se
llama Sawyer.
Estoy empezando a notar un dolor sordo y placentero en el vientre,
provocado por las bolas. Me pregunto cuánto podré resistir sin algún… ¿alivio? Cruzo
las piernas. Al hacerlo, se me ocurre de pronto algo que lleva dándome vueltas en la
cabeza.