Literatura BDSM Cincuenta sombras más oscuras | Page 102

después hacia un lado de su torso, y a mí se me seca la boca. El pintalabios deja a su paso una franja ancha, de un rojo intenso. Christian se detiene bajo sus costillas y me conduce por encima del estómago. Se tensa y me mira a los ojos, aparentemente impasible, pero, bajo esa expresión pretendidamente neutra, detecto autocontrol. Contiene su aversión, aprieta la mandíbula, y aparece tensión alrededor de sus ojos. En mitad del estómago murmura: —Y sube por el otro lado. Y me suelta la mano. Yo copio la línea que he trazado sobre su costado izquierdo. La confianza que me está dando es embriagadora, pero la atempera el hecho de que llevo la cuenta de su dolor. Siete pequeñas marcas blancas y redondas salpican su torso, y es profundamente mortificador contemplar esa diabólica y odiosa profanación de su maravilloso cuerpo. ¿Quién le haría eso a un niño? —Bueno, ya estoy —murmuro, reprimiendo la emoción. —No, no estás —replica, y dibuja una línea con el dedo índice alrededor de la base de su cuello. Yo resigo la línea del dedo con una franja escarlata. Al acabar, miro la inmensidad gris de sus ojos. —Ahora la espalda —susurra. Se remueve, de manera que he de bajarme de él, luego se da la vuelta y se sienta en la cama con las piernas cruzadas, de espaldas a mí. —Sigue la línea desde mi pecho, y da toda la vuelta hasta el otro lado — dice con voz baja y ronca. Hago lo que dice hasta que una línea púrpura divide su espalda por la mitad, y al hacerlo cuento más cicatrices que mancillan su precioso cuerpo. Nueve en total. Santo cielo. Tengo que reprimir un abrumador impulso de besar cada una de ellas, y evitar que el llanto inunde mis ojos. ¿Qué clase de animal haría esto? Mientras completo el circuito alrededor de su espalda, él mantiene la cabeza gacha y el cuerpo rígido. —¿Alrededor del cuello también? —musito. Asiente, y dibujo otra franja que converge con la primera que le rodea la base del cuello, por debajo del pelo. —Ya está —susurro, y parece que lleve un peculiar chaleco de color piel con un ribete de rojo fulana. Baja los hombros y se relaja, y se da la vuelta para mirarme otra vez. —Estos son los límites —dice en voz baja. Las pupilas de sus ojos oscuros se dilatan… ¿de miedo? ¿De lujuria? Yo quiero caer en sus brazos, pero me reprimo y le miro asombrada. —Me parece muy bien. Ahora mismo quiero lanzarme en tus brazos —