Literatura BDSM Cincuenta sombras liberadas | Page 17
—Christian, querido… ¿Otro baile con tu abuela?
Christian frunce los labios.
—Claro, abuela.
—Y tú, preciosa Anastasia, ve y haz feliz a un anciano: baila con Theo.
—¿Con quién, señora Trevelyan?
—Con el abuelo Trevelyan. Y creo que ya puedes llamarme abuela. Vosotros dos tenéis que poneros
cuanto antes manos a la obra en el asunto de darme bisnietos. No voy a durar mucho ya. —Nos mira con una
sonrisa tontorrona.
Christian la mira parpadeando, horrorizado.
—Vamos, abuela —dice cogiéndola apresuradamente de la mano y llevándola a la pista de baile. Me mira
casi haciendo un mohín y pone los ojos en blanco—. Luego, cariño.
Mientras voy de camino adonde está el abuelo Trevelyan, José me aborda.
—No te voy a pedir otro baile. Creo que ya te he monopolizado demasiado en la pista de baile hasta
ahora… Me alegro de verte feliz, pero te lo digo en serio, Ana. Estaré aquí… si me necesitas.
—Gracias, José. Eres un buen amigo.
—Lo digo en serio. —Sus ojos oscuros brillan por la sinceridad.
—Ya lo sé. Gracias de verdad, José. Pero si me disculpas… Tengo una cita con un anciano.
Arruga la frente, confuso.
—El abuelo de Christian —aclaro.
Me sonríe.
—Buena suerte con eso, Annie. Y buena suerte con todo.
—Gracias, José.
Después de mi baile con el siemp re encantador abuelo de Christian, me quedo de pie junto a las cristaleras
viendo como el sol se hunde lentamente por detrás de Seattle provocando sombras de color naranja y
aguamarina en la bahía.
—Vamos —me insiste Christian.
—Tengo que cambiarme. —Le cojo la mano con intención de arrastrarle hacia la cristalera y que suba las
escaleras conmigo. Frunce el ceño sin comprender y tira suavemente de mi mano para detenerme—. Creía
que querías ser tú el que me quitara el vestido —le explico.
Se le iluminan los ojos.
—Cierto. —Me mira con una sonrisa lasciva—. Pero no te voy a desnudar aquí. Entonces no nos iríamos
hasta… no sé… —dice agitando su mano de largos dedos. Deja la frase sin terminar pero el significado está
más que claro.
Me ruborizo y le suelto la mano.
—Y no te sueltes el pelo —me murmura misteriosamente.
—Pero…
—Nada de «peros», Anastasia. Estás preciosa. Y quiero ser yo el que te desnude.
Frunzo el ceño.
—Guarda en tu bolsa de mano la ropa que te ibas a poner —me ordena—. La vas a necesitar. Taylor ya