Literatura BDSM Cincuenta sombras de Grey ( E.L. James ) | Page 89
—Gracias, Joe —le contesta Christian con una cálida sonrisa.
Vaya, alguien que merece que Christian lo trate con educación. Quizá no trabaja
para él. Observo al anciano asombrada.
—Vamos —me dice Christian.
Y nos dirigimos al helicóptero. De cerca es mucho más grande de lo que
pensaba. Suponía que sería un modelo pequeño, para dos personas, pero tiene
como mínimo siete asientos. Christian abre la puerta y me señala un asiento de los
de delante.
—Siéntate. Y no toques nada —me ordena subiendo detrás de mí.
Cierra de un portazo. Me alegro de que toda la zona alrededor esté iluminada,
porque de lo contrario apenas vería nada en la cabina. Me acomodo en el asiento
que me ha indicado y él se inclina hacia mí para atarme el cinturón de seguridad.
Es un arnés de cuatro bandas, todas ellas unidas en una hebilla central. Aprieta
tanto las dos bandas superiores que apenas puedo moverme. Está pegado a mí,
muy concentrado en lo que hace. Si pudiera inclinarme un poco hacia delante,
hundiría la nariz entre su pelo. Huele a limpio, a fresco, a gloria, pero estoy
firmemente atada al asiento y no puedo moverme. Levanta la mirada hacia mí y
sonríe, como si le divirtiera esa broma que solo él entiende. Le brillan los ojos. Está
tentadoramente cerca. Contengo la respiración mientras me aprieta una de las
bandas superiores.
—Estás segura. No puedes escaparte —me susurra—. Respira, Anastasia
—añade en tono dulce.
Se incorpora, me acaricia la mejilla y me pasa sus largos dedos por debajo de la
mandíbula, que sujeta con el pulgar y el índice. Se inclina hacia delante y me da un
rápido y casto beso. Me quedo impactada, revolviéndome por dentro ante el
excitante e inesperado contacto de sus labios.
—Me gusta este arnés —me susurra.
¿Qué?
Se acomoda a mi lado, se ata a su asiento y empieza un largo protocolo de
comprobar indicadores, mover palancas y pulsar botones del alucinante
despliegue de esferas, luces y mandos. En varias esferas parpadean lucecitas, y
todo el cuadro de mandos está iluminado.
—Ponte los cascos —me dice señalando unos auriculares frente a mí.
Me los pongo y el rotor empieza a girar. Es ensordecedor. Se pone también él los
auriculares y sigue moviendo palancas.