Literatura BDSM Cincuenta sombras de Grey ( E.L. James ) | Page 79
ha traído Taylor y vuelvo a la sala de estar a buscar el bolso y la chaqueta. Para mi
gran alegría, llevo una goma de pelo en el bolso. Christian me observa con
expresión impenetrable mientras me hago una coleta. Noto cómo sus ojos me
siguen mientras me siento a esperar que termine. Está hablando con alguien por su
BlackBerry.
—¿Quieren dos?… ¿Cuánto van a costar?… Bien, ¿y qué medidas de seguridad
tenemos allí?… ¿Irán por Suez?… ¿Ben Sudan es seguro?… ¿Y cuándo llegan a
Darfur?… De acuerdo, adelante. Mantenme informado de cómo van las cosas.
Cuelga.
—¿Estás lista? —me pregunta.
Asiento. Me pregunto de qué iba la conversación. Se pone una americana azul
marino de raya diplomática, coge las llaves del coche y se dirige a la puerta.
—Usted primero, señorita Steele —murmura abriéndome la puerta.
Tiene un aspecto elegante, aunque informal.
Me quedo mirándolo un segundo más de la cuenta. Y pensando que he dormido
con él esta noche, y que, pese a los tequilas y las vomiteras, sigue aquí. No solo eso,
sino que además quiere llevarme a Seattle. ¿Por qué a mí? No lo entiendo. Cruzo la
puerta recordando sus palabras: «Hay algo en ti…». Bueno, el sentimiento es
mutuo, señor Grey, y quiero descubrir cuál es tu secreto.
Recorremos el pasillo en silencio hasta el ascensor. Mientras esperamos, levanto
un instante la cabeza hacia él, que está mirándome de reojo. Sonrío y él frunce los
labios.
Llega el ascensor y entramos. Estamos solos. De pronto, por alguna inexplicable
razón, probablemente por estar tan cerca en un lugar tan reducido, la atmósfera
entre nosotros cambia y se carga de eléctrica y excitante anticipación. Se me acelera
la respiración y el corazón me late a toda prisa. Gira un poco la cara hacia mí con
ojos totalmente impenetrables. Me muerdo el labio.
—A la mierda el papeleo —brama.
Se abalanza sobre mí y me empuja contra la pared del ascensor. Antes de que
me dé cuenta, me sujeta las dos muñecas con una mano, me las levanta por encima
de la cabeza y me inmoviliza contra la pared con las caderas. Madre mía. Con la
otra mano me agarra del pelo, tira hacia abajo para levantarme la cara y pega sus
labios a los míos. Casi me hace daño. Gimo, lo que le permite aprovechar la
ocasión para meterme la lengua y recorrerme la boca con experta pericia. Nunca
me han besado así. Mi lengua acaricia tímidamente la suya y se une a ella en una
lenta y erótica danza de roces y sensaciones, de sacudidas y empujes. Levanta la