Literatura BDSM Cincuenta sombras de Grey ( E.L. James ) | Page 444
—Rojo —digo.
—No lo olvides.
Y no puedo evitarlo… arqueo una ceja y estoy a punto de recordarle mi nota
media, pero el repentino destello de sus gélidos ojos grises me detiene en seco.
—Cuidado con esa boquita, señorita Steele, si no quieres que te folle de rodillas.
¿Entendido?
Trago saliva instintivamente. Vale. Parpadeo muy rápido, arrepentida. En
realidad, me intimida más su tono de voz que la amenaza en sí.
—¿Y bien?
—Sí, señor —mascullo atropelladamente.
—Buena chica. —Hace una pausa y me mira—. No es que vayas a necesitar las
palabras de seguridad porque te vaya a doler, sino que lo que voy a hacerte va a
ser intenso, muy intenso, y necesito que me guíes. ¿Entendido?
Pues no. ¿Intenso? Uau.
—Vas a necesitar el tacto, Anastasia. No vas a poder verme ni oírme, pero
podrás sentirme.
Frunzo el ceño. ¿No voy a oírle? ¿Y cómo voy a saber lo que quiere? Se vuelve.
Encima de la cómoda hay una lustrosa caja plana de color negro mate. Cuando
pasa la mano por delante, la caja se divide en dos, se abren dos puertas y queda a
la vista un reproductor de cedés con un montón de botones. Christian pulsa varios
de forma secuencial. No pasa nada, pero él parece satisfecho. Yo estoy
desconcertada. Cuando se vuelve de nuevo a mirarme, le veo esa sonrisita suya de
«Tengo un secreto».
—Te voy a atar a la cama, Anastasia, pero primero te voy a vendar los ojos y no
vas a poder oírme. —Me enseña el iPod que lleva en la mano—. Lo único que vas a
oír es la música que te voy a poner.
Vale. Un interludio musical. No es precisamente lo que esperaba. ¿Alguna vez
hace lo que yo espero? Dios, espero que no sea rap.
—Ven.
Me coge de la mano y me lleva a la antiquísima cama de cuatro postes. Hay
grilletes en los cuatro extremos: unas cadenas metálicas finas con muñequeras de
cuero brillan sobre el satén rojo.
Uf, se me va a salir el corazón del pecho. Me derrito de dentro afuera; el deseo
me recorre el cuerpo entero. ¿Se puede estar más excitada?