Literatura BDSM Cincuenta sombras de Grey ( E.L. James ) | Page 443
las piernas. Christian deja algo sobre la enorme cómoda que hay junto a la puerta y
se acerca despacio a la cama. Me permito mirarlo un instante y casi se me para el
corazón. Va descalzo, con el torso descubierto y esos vaqueros gastados con el
botón superior desabrochado. Dios, está tan bueno… Mi subconsciente se abanica
con desesperación y la diosa que llevo dentro se balancea y convulsiona con un
primitivo ritmo carnal. La veo muy dispuesta. Me humedezco los labios
instintivamente. La sangre me corre deprisa por todo el cuerpo, densa y cargada de
lascivia. ¿Qué me va a hacer?
Da media vuelta y se dirige tranquilamente hasta la cómoda. Abre uno de los
cajones y empieza a sacar cosas y a colocarlas encima. Me pica la curiosidad, me
mata, pero resisto la imperiosa necesidad de echar un vistazo. Cuando termina lo
que está haciendo, se coloca delante de mí. Le veo los pies descalzos y quiero
besarle hasta el último centímetro, pasarle la lengua por el empeine, chuparle cada
uno de los dedos.
—Estás preciosa —dice.
Mantengo la cabeza agachada, consciente de que me mira fijamente y de que
estoy prácticamente desnuda. Noto que el rubor se me extiende despacio por la
cara. Se inclina y me coge la barbilla, obligándome a mirarlo.
—Eres una mujer hermosa, Anastasia. Y eres toda mía —murmura—. Levántate
—me ordena en voz baja, rebosante de prometedora sensualidad.
Temblando, me pongo de pie.
—Mírame —dice, y alzo la vista a sus ojos ardientes.
Es su mirada de amo: fría, dura y sexy, con sombras del pecado inimaginable en
una sola mirada provocadora. Se me seca la boca y sé enseguida que voy a hacer lo
que me pida. Una sonrisa casi cruel se dibuja en sus labios.
—No hemos firmado el contrato, Anastasia, pero ya hemos hablado de los
límites. Además, te recuerdo que tenemos palabras de seguridad, ¿vale?
Madre mía… ¿qué habrá planeado para que vaya a necesitar las palabras de
seguridad?
—¿Cuáles son? —me pregunta de manera autoritaria.
Frunzo un poco el ceño al oír la pregunta y su gesto se endurece visiblemente.
—¿Cuáles son las palabras de seguridad, Anastasia? —dice muy despacio.
—Amarillo —musito.
—¿Y? —insiste, apretando los labios.