Literatura BDSM Cincuenta sombras de Grey ( E.L. James ) | Page 442
esta última información. Me ha comprado ropa. Pongo los ojos en blanco de forma
exagerada, sabiendo bien que no puede verme. Coche, móvil, ordenador, ropa… lo
próximo: un maldito piso, y entonces ya seré una querida en toda regla.
¡Jo! Mi subconsciente está en modo criticón. La ignoro y subo a mi cuarto.
Porque sigo teniendo mi cuarto. ¿Por qué? Pensé que había accedido a dejarme
dormir con él. Supongo que no está acostumbrado a compartir su espacio personal,
claro que yo tampoco. Me consuela la idea de tener al menos un sitio donde
esconderme de él.
Al examinar la puerta de mi habitación, descubro que tiene cerradura pero no
llave. Me digo que quizá la señora Jones tenga una copia. Le preguntaré. Abro la
puerta del vestidor y vuelvo a cerrarla rápidamente. Maldita sea… se ha gastado
un dineral. Me recuerda al de Kate, con toda esa ropa perfectamente alineada y
colgada de las barras. En el fondo, sé que todo me va a quedar bien, pero no tengo
tiempo para eso ahora: esta noche tengo que ir a arrodillarme al cuarto rojo del…
dolor… o del placer, espero.
Estoy en bragas, arrodillada junto a la puerta. Tengo el corazón en la boca. Madre
mía, pensaba que con lo del baño habría tenido bastante. Este hombre es insaciable,
o quizá todos los hombres lo sean. No lo sé, no tengo con quién compararlo. Cierro
los ojos y procuro calmarme, conectar con la sumisa que hay en mi interior. Anda
por ahí, en alguna parte, escondida detrás de la diosa que llevo dentro.
La expectación me burbujea por las venas como un refresco efervescente. ¿Qué
me irá a hacer? Respiro hondo, despacio, pero no puedo negarlo: estoy nerviosa,
excitada, húmeda ya. Esto es tan… Quiero pensar que está mal, pero de algún
modo sé que no es así. Para Christian está bien. Es lo que él quiere y, después de
estos últimos días… después de todo lo que ha hecho, tengo que echarle valor y
aceptar lo que decida que necesita, sea lo que sea.
Recuerdo su mirada cuando he llegado hoy, su expresión anhelante, la forma
resuelta en que se ha dirigido hacia mí, como si yo fuera un oasis en el desierto.
Haría casi cualquier cosa por volver a ver esa expresión. Aprieto los muslos de
placer al pensarlo, y eso me recuerda que debo separar las piernas. Lo hago.
¿Cuánto me hará esperar? La espera me está matando, me mata de deseo turbio y
provocador. Echo un vistazo al cuarto apenas iluminado: la cruz, la mesa, el sofá,
el banco… la cama. Se ve inmensa, y está cubierta con sábanas rojas de satén. ¿Qué
artilugio usará hoy?
Se abre la puerta y Christian entra como una exhalación, ignorándome por
completo. Agacho la cabeza enseguida, me miro las manos y separo con cuidado