Literatura BDSM Cincuenta sombras de Grey ( E.L. James ) | Page 345

mí. No, la diosa que llevo dentro me mira ceñuda, demasiado hermoso para mí, no. En cierto modo, es mío… de momento. La idea me produce un escalofrío y disipa mi irracional inseguridad. Sigue hablando, sin dejar de mirarme. —Cancela toda mi agenda de esta mañana, pero que me llame Bill. Estaré allí a las dos. Tengo que hablar con Marco esta tarde, eso me llevará al menos media hora. Ponme a Barney y a su equipo después de Marco, o quizá mañana, y búscame un hueco para quedar con Claude todos los días de esta semana. Dile que espere. Ah. No, no quiero publicidad para Darfur. Dile a Sam que se encargue él de eso. No. ¿Qué evento? ¿El sábado que viene? Espera. »¿Cuándo vuelves de Georgia? —me pregunta. —El viernes. Retoma la conversación telefónica. —Necesitaré una entrada más, porque voy acompañado. Sí, Andrea, eso es lo que he dicho, acompañado, la señorita Anastasia Steele vendrá conmigo. Eso es todo. —Cuelga—. Buenos días, señorita Steele. —Señor Grey —sonrío tímidamente. Rodea el escritorio con su habitual elegancia y se sitúa delante de mí. Me acaricia suavemente la mejilla con el dorso de los dedos. —No quería despertarte, se te veía tan serena. ¿Has dormido bien? —He descansado, gracias. Solo he venido a saludar antes de darme una ducha. Lo miro, me embebo de él. Se inclina y me besa con suavidad, y no puedo controlarme. Me cuelgo de su cuello y mis dedos se enredan en su pelo aún húmedo. Con el cuerpo pegado al suyo, le devuelvo el beso. Lo deseo. Mi ataque lo toma por sorpresa, pero, tras un instante, responde con un grave gruñido gutural. Desliza las manos por mi pelo y desciende por la espalda para agarrarme el trasero desnudo, explorándome la boca con la lengua. Se aparta, con los ojos entrecerrados. —Vaya, parece que el descanso te ha sentado bien —murmura—. Te sugiero que vayas a ducharte, ¿o te echo un polvo ahora mismo encima de mi escritorio? —Prefiero lo del escritorio —le susurro temeraria mientras el deseo invade mi organismo como la adrenalina, despertándolo todo a su paso. Me mira perplejo un milisegundo. —Esto le gusta de verdad, ¿no, señorita Steele? Te estás volviendo insaciable