Literatura BDSM Cincuenta sombras de Grey ( E.L. James ) | Page 324
—Esto es mío —me susurra con rotundidad—. Todo mío. ¿Entendido?
Introduce y saca el dedo mientras me mira, evaluando mi reacción, con los ojos
encendidos.
—Sí, tuyo —digo, mientras el deseo, ardiente y pesado, recorre mi torrente
sanguíneo, trastocándolo todo: mis terminaciones nerviosas, mi respiración, mi
corazón, que palpita como si quisiera salírseme del pecho, y la sangre, que me
zumba en los oídos.
De pronto se mueve haciendo varias cosas a la vez: saca los dedos dejándome a
medias, se baja la cremallera del pantalón, me empuja al sofá y se tumba encima de
mí.
—Las manos sobre la cabeza —me ordena apretando los dientes, mientras se
arrodilla, me separa más las piernas e introduce la mano en el bolsillo interior de la
chaqueta.
Saca un condón, me mira con deseo, se quita la americana a tirones y la deja caer
al suelo. Se pone el condón en la imponente erección.
Me llevo las manos a la cabeza y sé que lo hace para que no lo toque. Estoy
excitadísima. Noto que mis caderas lo buscan ya; quiero que esté dentro de mí, así,
duro y fuerte. Oh, solo de pensarlo…
—No tenemos mucho tiempo. Esto va a ser rápido, y es para mí, no para ti.
¿Entendido? Como te corras, te doy unos azotes —dice apretando los dientes.
Madre mía… ¿y cómo paro?
De un solo empujón, me penetra hasta el fondo. Gruño alto, un sonido gutural,
y saboreo la plenitud de su posesión. Pone las manos encima de las mías, sobre mi
cabeza; con los codos me mantiene sujetos los brazos, y con las piernas me
inmoviliza por completo. Estoy atrapada. Lo tengo por todas partes,
envolviéndome, casi asfixiándome. Pero también es una delicia: este es mi poder,
esto es lo que le puedo hacer, y me produce una sensación hedonista, triunfante. Se
mueve rápido, con furia, dentro de mí; siento su respiración acelerada en el oído y
mi cuerpo entero responde, fundiéndose alrededor de su miembro. No me tengo
que correr. No. Pero recibo cada uno de sus embates, en perfecto contrapunto.
Bruscamente y de repente, con una embestida final, para y se corre, soltando el aire
entre los dientes. Se relaja un instante, de forma que siento el peso delicioso de
todo su cuerpo sobre mí. No estoy dispuesta a dejarlo marchar; mi cuerpo busca
alivio, pero él pesa demasiado y en ese momento no puedo empujar mis caderas
contra él. De repente se retira, dejándome dolorida