Literatura BDSM Cincuenta sombras de Grey ( E.L. James ) | Page 319
trayendo el plato principal: ternera Wellington, me parece. Por suerte, se limita a
servir los platos y se marcha, aunque se entretiene más de la cuenta con el de
Christian. Me observa intrigado al verme seguirla con la mirada mientras cierra la
puerta del comedor.
—¿Qué tienen de malo los parisinos? —le pregunta Elliot a su hermana—. ¿No
sucumbieron a tus encantos?
—Huy, qué va. Además, monsieur Floubert, el ogro para el que trabajaba, era
un tirano dominante.
Me da un golpe de tos y casi espurreo el vino.
—Anastasia, ¿te encuentras bien? —me pregunta Christian solícito, quitándome
la mano del muslo.
Su voz vuelve a sonar risueña. Oh, menos mal. Asiento con la cabeza y él me da
una palmadita suave en la espalda, y no retira la mano hasta que está seguro de
que me he recuperado.
La ternera está deliciosa, servida con boniatos asados, zanahoria, calabacín y
judías verdes. Me sabe aún mejor porque Christian consigue mantener el buen
humor el resto de la comida. Sospecho que por lo bien que estoy comiendo. La
conversación fluye entre los Grey, cálida y afectuosa, bromeando unos con otros.
Durante el postre, una mousse de limón, Mia nos obsequia con anécdotas de París
y, en un momento dado, empieza a hablar en perfecto francés. Todos nos
quedamos mirándola y ella se queda un tanto perpleja, hasta que Christian le
explica, en un francés igualmente perfecto, lo que ha hecho, y entonces ella rompe
a reír como una boba. Tiene una risa muy contagiosa y enseguida estallamos todos
en carcajadas.
Elliot habla largo y tendido de su último proyecto arquitectónico, una nueva
comunidad ecológica al norte de Seattle. Miro a Kate y veo que sigue con atención
todas y cada una de sus palabras, con los ojos encendidos de deseo o de amor, aún
no lo tengo claro. Él le sonríe y es como si se recordaran tácitamente alguna
promesa. Luego, nena, le está diciendo él sin hablar, y de pronto estoy excitada,
muy excitada. Me acaloro solo de mirarlos.
Suspiro y miro de reojo a mi Cincuenta Sombras. Podría estar mirándolo
eternamente. Tiene una barba incipiente y me muero de ganas de rascarla, de
sentirla en mi cara, en mis pechos… en mi entrepierna. Me sonroja el rumbo de mis
pensamientos. Me mira y levanta la mano para cogerme del mentón.
—No te muerdas el labio —me susurra con voz ronca—. Me dan ganas de
hacértelo.