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Página 6 de 20 que hacer, es parte de nuestra naturaleza saberlo y actuar anticipadamente para que se cumplan los des- tinos. ―¿honor?¡cómo puedes hablar de honor! ¿Por qué no me lo dijo? Talvez así hubiese sido menos agobiante―gimió Ecustes ―De saber que se sacrificaría, ¿lo hubieras matado? Él sabía que no lo habrías podido hacer, que deseabas dominar tus instintos, pero sabía que una mentira bastaría para desatar tu naturaleza salvaje y tomar justicia por el poder que se te ha dado. ―¡Entonces me entrenó para matar, para seguir siendo dominado por mis demonios! ―Te entrenó para que dominaras tus demonios no para que los olvides, uno no puede olvidar lo que es, nuestra naturaleza es y siempre será nuestra naturaleza, ahora ¡ponle conciencia! Sabes que tienes que hacer, guarda el equilibrio y así honrarás su memoria. No hace mucho que lo desastres siguen aumentando, las guerras insolentemente hacen sus vilezas a campo abierto, las enfermedades parecen aumentar a un ritmo impresionante, las personas mueren, el sol insta a quemarnos, pareciera que el mundo se ha ido en nuestra contra, pero la naturaleza cual onda elástica rebasa nuestros límites de entendimiento y da camino a la quietud en un gran ruido. Ecustes hace lo suyo liderando a todos los elementales a crear el horror para perdurar, algunos lo llaman tirano, el hombre le dice “miseria” y aunque él sabe que vivirá en el odio de muchos también sabe que su legado dejará manos valientes que puedan llamarse héroes. PROSA POÉTICA Andrea A. Bedregal Zegarra Nerosangue an pasado los años como tiza robada por el viento, hemos suplidos sueños y construido grandes alas a la distancia. Has llorado mi ausencia y he odiado mi rebeldía, hemos sido testigos del tiempo que ha carcomido escenarios de risas, de juegos temerarios, de juguetes muertos en batalla y de tierra aglutinada a nuestros zapatos. Siempre has sido mi héroe, el dinosaurio que me transportaba en el tiempo de viejas enciclopedias, el hidalgo y valiente niño que sabía soportar la riña injusta de nuestro padre, el maestro que todo lo sabía y el buscador de sueños que iba dejando estrellas rotas regadas por todo lugar, estrellas que a mí me gustaba pulir y atesorar. En el camino hemos cortado trozos de nuestras mentes para el recuerdo, aquel que nos une inexo- rablemente cual almas gemelas, tú sientes, yo siento. Y me he perdido en tu nobleza, tratando de plas- marla y conocerla en mis escritos. Así te hallo en una bondad de la que todavía no soy dueña. La sangre llora por tu ausencia, la sangre reclama tu tierra, la sangre que hoy bombea mi promesa y tu esperanza, es aquella que también tercamente nos conecta. Una misma sabia, con diferentes cami- nos, tu mi gigante, mi luchador, mi héroe, yo solamente tu hermana. H