Ecustes aún no podía entender lo que Dimaneus trataba con tantas ansias de decirle, ambos eran
grandes elfos, pero eran tan distintos. Un elfo oscuro es un ser despreciable nacido de los gusanos y
condenados a existir en las profundidades, pero Ecustes, gran elfo oscuro nacido de un eclipse solar
poseía a diferencia de sus hermanos un alma que Dimaneus fácilmente podía ver. Pasaron varios años
para que Ecustes pudiese andar libremente con otros elementales, muchos decían que solo parecía un
duende renegón, más otros aun lo miraban con desconfianza: un ser de la oscuridad, siempre será de la
oscuridad. Eso le atormentaba cada vez más a Ecustes que luchaba ferozmente contra sus instintos.
…
―Maestro―preguntó Ecustes con mucho respeto a Dimaneus ―ha meditado muchos años, he-
mos visitado distintas tierras y distintos lagos y conocido tantos elementales que ya no podría nombrar-
los, ¿halló respuesta al problema de nuestra existencia?
―La hallé antes de conocerte.
―¡Y que espera para poner fin a esta situación!
―Todo a su tiempo Ecustes, todo a su tiempo.
―¡pero…!
―¡Silencio! Nos acercamos al pueblo de los “innombrables”, son transparentes y se pintan del
color que más les convenga, son muy sabios y conocedores de las verdades que se aproximan.
―¿Miran el futuro o algo así? Maestro Dimaneus, hemos caminado muchos años sin descanso,
visitando pueblo tras pueblo, advirtiendo a todos del peligro y dándoles la solución de la que aún no soy
dueño. Estos seres vaticinan la verdad, es más que obvio que ya saben lo que usted ha venido a manifes-
tar.
―Exacto Ecustes.
El elfo de luz avanzó entre la penumbra de unos árboles de grueso tronco, ni las estrellas, ni la luna
querían alumbrar el paraje, el elfo oscuro lo siguió. Los innombrables decidieron pintar su piel del color
de la noche así que los elfos solo pudieron guiarse por algunas luces de voz.
―Innombrables, estamos aquí para advertirles…―pronunció fuertemente Dimaneus
―Sabemos para lo que has venido, lo que no entendemos es para que has traído esa bestia ante
nosotros.
―Esa bestia tiene nombre, soy Ecustes― dijo arrebatadamente el elfo oscuro.
―¡controla a ese animal!―grito un innombrable dirigiéndose a Dimaneus― No comprendemos
porque no lo has matado aun.
Dimaneus permaneció tranquilo con un rostro inmutable por el tiempo o las circunstancias.
―¿Es cierto eso?― preguntó Ecustes
―Al parecer tu maestro no te dijo nada, eres parte de un sacrificio, vivir solo para morir, de eso se
trataba todo―mencionó un innombrable.
―¿Es cierto eso maestro?―Dimaneus no respondió y su silencio fue ira para el elfo oscuro que en
un arranque de furia soltó la bestia que su apacible ser dominaba para envolverse por un odio sabor a
traición, empujó a su maestro contra las finas rocas y dejó que sus afiladas manos hicieran el resto, el
llanto lo consumía a medida que avanzaba la cruel escena y tuvo que retroceder rápidamente al volver
la conciencia a su extenuado cuerpo. El elfo de luz, Dimaneus, parecía dormir con una ligera sonrisa en
el rostro, cuando su corazón dejó de latir los elementales del viento lo ascendieron a los cielos, lugar
donde habitan los más sabios y buenos seres de luz.
Ecustes golpeó las rocas manchadas de sangre azul, ¿acaso debió dejarse morir para poner fin a las
atrocidades del mundo? El llanto le perforaba los pulmones haciendo casi imposible su respirar.
―El así lo quiso, Ecustes―dijo un innombrable que pintaba su cuerpo color celeste.
―¿Cómo?
―No eras tú el que tenía que morir, pero el sí y se lo hizo saber a todos los elementales de este
mundo antes de partir para que no dudasen de ti ni de tu honor y luego vino hacia nosotros y ya sabíamos
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