LIMASHUN Nº 46 46-LIMASHUN | Page 10

Página 10 de 20 CUENTO Juliette M. Carrillo Anccasi NUNA —¡W ayra! ¡Wayra! susurré mientras veía por un agujero entre las piedras apiladas de la pared. —Escóndete, ya están cerca. Había un silencio profundo alrededor. El mechero se apagó por el viento que corría, se escuchaba el sonido del ichu como silbidos y el cielo despejado dejaba ver las infinitas estrellas. Estaba sola. La puerta estaba cerrada con hilos de oveja. Permanecía en silencio observando todo desde el estrecho agujero de la pared, Wayra estaba cerca de los corrales, había ido a deambular como todas las noches, pero hoy empezó a aullar sin parar con una tristeza profunda. Las llamas y las ovejas estaban silenciosas, parecían presenciar algo extraño. —Ya están cerca. Los veía como pequeños destellos. El silencio era nuestro mejor cómplice y Wayra lo sabía, me miraba con miedo, pero él sabía que este día llegaría. Se escondió tras los costales de la taquia y bosta, mi corazón se aceleraba; estaba asustada, pero tenía que presenciar todo lo que iba a suceder. Sentía el miedo de Wayra, el veía cosas que yo no podía ver, el miedo se notaba en sus ojos, mis dedos estaban helados y sentía que mis labios se secaban. El viento corría más fuerte y el silbido de viento, al chocar las paredes de piedra y el techo de Ichu, hacía que la espera sea más difícil. De pronto susurré desesperada y con voz temblorosa le dije: ¡Ya están aquí! ¡Quédate quieto! ¡No los mires a los ojos! Él me entendía, era un perro muy inteligente. El viento corría tan fuerte que movía la puerta de madera, no podía hacer ruido porque se darían cuenta de mi presencia. Me tapé la boca con la mano, entonces empezaron a pasar. Estaban vestidos como la última vez que los vi, conocía a todos, pero no los había visto desde hace mucho tiempo; sentí nostalgia y tristeza, los seguía observando escondida desde la choza, por el hueco que dejaban las piedras. Cuando de pronto vi pasar a mi madre, estaba con el rostro triste y la mirada perdida, quería hablar y gritar, pero no podía solo derramaba lágrimas en mi rostro quemado por la helada y el sol, pasaron varios amigos, pasó mi abuela de la mano de mi abuelo, al que nunca conocí, también pasaron mis hermanos; me sentía impotente al no poder ir tras ellos. Los veía irse sin poder hacer nada, seguía escondida, sabía que estaban cruzando para ir al lugar donde serían libres. Cuando ya nadie quedaba, vi a alguien pasar apresurada y asustada, parecía querer alcanzar a los demás, me asusté mucho, estaba confundida, sentí un frío en el cuerpo, la persona que pasaba era yo. Tenía el rostro muy triste, se detuvo frente a mí, volteó y me miró fijamente a través del agujero de la pared. Wayra levantó la mirada y entendí que también yo había muerto.