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CUENTO
Juliette M. Carrillo Anccasi
NUNA
—¡W
ayra! ¡Wayra! susurré mientras veía
por un agujero entre las piedras apiladas
de la pared.
—Escóndete, ya están cerca.
Había un silencio profundo alrededor. El mechero se apagó por
el viento que corría, se escuchaba el sonido del ichu como silbidos y el
cielo despejado dejaba ver las infinitas estrellas.
Estaba sola. La puerta estaba cerrada con hilos de oveja. Permanecía en
silencio observando todo desde el estrecho agujero de la pared, Wayra estaba cerca
de los corrales, había ido a deambular como todas las noches, pero hoy empezó a aullar sin parar con
una tristeza profunda. Las llamas y las ovejas estaban silenciosas, parecían presenciar algo extraño.
—Ya están cerca.
Los veía como pequeños destellos. El silencio era nuestro mejor cómplice y Wayra lo sabía, me
miraba con miedo, pero él sabía que este día llegaría.
Se escondió tras los costales de la taquia y bosta, mi corazón se aceleraba; estaba asustada, pero
tenía que presenciar todo lo que iba a suceder.
Sentía el miedo de Wayra, el veía cosas que yo no podía ver, el miedo se notaba en sus ojos, mis
dedos estaban helados y sentía que mis labios se secaban. El viento corría más fuerte y el silbido de
viento, al chocar las paredes de piedra y el techo de Ichu, hacía que la espera sea más difícil.
De pronto susurré desesperada y con voz temblorosa le dije: ¡Ya están aquí! ¡Quédate quieto! ¡No
los mires a los ojos! Él me entendía, era un perro muy inteligente.
El viento corría tan fuerte que movía la puerta de madera, no podía hacer ruido porque se darían
cuenta de mi presencia. Me tapé la boca con la mano, entonces empezaron a pasar.
Estaban vestidos como la última vez que los vi, conocía a todos, pero no los había visto desde hace
mucho tiempo; sentí nostalgia y tristeza, los seguía observando escondida desde la choza, por el hueco
que dejaban las piedras. Cuando de pronto vi pasar a mi madre, estaba con el rostro triste y la mirada
perdida, quería hablar y gritar, pero no podía solo derramaba lágrimas en mi rostro quemado por la
helada y el sol, pasaron varios amigos, pasó mi abuela de la mano de mi abuelo, al que nunca conocí,
también pasaron mis hermanos; me sentía impotente al no poder ir tras ellos. Los veía irse sin poder
hacer nada, seguía escondida, sabía que estaban cruzando para ir al lugar donde serían libres.
Cuando ya nadie quedaba, vi a alguien pasar apresurada y asustada, parecía querer alcanzar a los
demás, me asusté mucho, estaba confundida, sentí un frío en el cuerpo, la persona que pasaba era yo.
Tenía el rostro muy triste, se detuvo frente a mí, volteó y me miró fijamente a través del agujero de la
pared. Wayra levantó la mirada y entendí que también yo había muerto.