CUENTO
Rodrigo C. Salvador Vila
EL PAÍS DE LOS
GORRIONES
E
l mundo es un inmenso tedio, un colapso de libertades y deseos. El ruido reemplazó al canto
armonioso de las aves y hoy hacen falta, más que ayer, los poetas. Por eso me voy a las
alturas donde los hombres todavía saben despertar, donde los gorriones como yo, saben
hacer versos matutinos, donde los pericos chillan alegremente en bandadas y las estrellas saben
brillar. Allá me voy, donde todavía las casas son de tierra; me cobijo en un campanario abandonado,
hecho de piedras y barro.
Todas las mañanas canto con felicidad, y todas las mañanas se me quiere mucho. Todos miran
hacia donde estoy y con dulzura me dicen: “canta pichiusito, canta”.
De vez en cuando esquivo las piedras de los niños traviesos que disfrutan matando pajarillos,
pero esto es mejor al humo asesino que nos mata en la ciudad.
Pero un día ¡quién sabe por qué caprichos! quisieron los habitantes de estas soledades limpiar
el campanario.
—Pero no espantemos al gorrioncito que nos canta —con autoridad recomendaba su líder.
Y temiendo al daño de los hombres salí de mi refugio y volé hacia el monte.
—¡Tuco! ¡Tuco! —gritaban todos espantándome— de seguro que ya se comió a nuestro go-
rrión. Bótenlo es malagüero.
Y así fui echado del lugar
donde fui feliz.
Pero me extrañaban, extra-
ñaban al gorrión que les cantaba.
Mas como nada es en vano, por
buscar mi canto todas las mañanas
los pueblerinos oyen complacidos
el canto de los otros miles de go-
rriones y el búho malagüero, como
se me recuerda, dejó estas tierras
donde las estrellas brillan todavía y
donde aún los hombres saben des-
pertar.
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