LIMASHUN 28 | Page 8

8 no que solo ansiaba la sangre de los hom- bres y que en el miedo encontraba la dicha para sobrevivir. Recuerdo bien el mes, para el inicio de esta historia, pues fue una luna llena de agosto en que la hada más bella jamás creada, emergió del rio Lienchestoa salu- dando la vida misma con un aroma tan perfecto como el mar, pero al mismo tiem- po en el polo opuesto del pueblo, el lodo espumoso abría su esencia dando paso a la bestia de oscuro mirar. Embarrando todo a su paso, la lluvia dejaba profundas grietas en el piso, los relámpagos atormentaban los miedos y el pavor envuelto en pesadillas realzaba la negrura de la noche, la bestia que clamaba sangre empezó a avanzar. Percibió enton- ces un sutil aroma que arremetió contra sus sentidos, embriagado de placer caminó en forma humana por el pueblo sin dejar víctimas a su paso. Llegó al rio y vio posada en una flor unas alas que podían reflejar las estrellas, unos ojos que vislumbraban su alma. No tenía sed, no tenía hambre, no sentía rabia ni locura y el perfume empezó a colarse en sus arterias desconcertando gravemente su maldad. El hada volteó len- tamente y ahí estaba el demonio parado frente a ella, sus respiraciones se juntaron con la brisa, con la humedad del lugar. El hada alzó vuelo hacia su hombro y el monstruo sintió fracturada su alma y deci- dió posar su largo sueño en el regazo del animal y este aceptó cuidarla. Fue la luna la única testigo de tan ex- traño mes. La bestia cuidaba día y noche de la bella hada dormida y empezó a amarla en su afonía. La luna débil en su menguan- te seguía observándolos. Concluido los treinta días, la hada despertó y con ella la luna que llenaba el cielo, sus ojos buscaron fielmente a los de su protector y reconoció en el su alma. Como presintiendo el dolor imploró a la luna solo una noche más junto a su amado, pues sabía que pronto partiría para ofren- dar su savia a la continuidad de la existen- cia. Ambos se arrodillaron ante su creadora y en silencio esperaron su respuesta. La luna apiadóse de los enamorados y dando forma humana a la pequeña hada alumbró su amor hasta el alba. Nunca dos cuerpo se amaron tanto, cada caricia los volvía más humanos, cada beso se sentía en las flores estrujadas por sus entes, cada mirada, cada anhelo conjugaron perfectamente con las aguas del misterio río Lienchestoa. Llegó la segunda noche y el hada tuvo que ascender a los cielos, su dios la consoló, transformándola en una estrella. La bestia no teniendo la misma suerte mu- rió de amor en la soledad de su caverna. Pero la historia no termina aquí, pues en un capullo de jazmín el hada sembró antes de partir su semilla junto con la san- gre de su amado, quiméricamente unidas ante la perfección de sus vidas. El capullo pudo soportar el frio invierno dos veces y en otro agosto muy lejano, la luna llena dio luz al capullo que lentamente se abría. Los pétalos danzaban uno a uno hacia el piso y en el botón, cubierta de polen se hallaba una niña de piel transparente y ojos ma- rrón, pero lo más inusual de la pequeña era su cabello, rojo como la sangre, suma- mente rojo. Alzó sus bracitos saludando a las estrellas y despegando sus piecitos de un brinco cayó al piso. Hacía frio y pintó su cuerpecito verde limón con hojas de