El arlequín verde
Andrea A. Bedregal Zegarra
a historia que os voy a contar sucedió
hace mucho tiempo, cuando el hombre
aun creía que la tierra era plana y el ca-
ballo era el más eficaz medio d e transpor-
te, los árboles respiraban miel y en el cielo
de día se podían ver las estrellas de noche.
Imaginaos ahora un pueblo humil-
de, de chozas parecidas a hongos verdes,
de carretas sucias y cerdos juguetones, de
niños con ropa remangada y madres con
ollas que solo conocían lentejas, de padres
barbudos y ancianos más viejos que esta
historia. Un pueblo que conocía el sol una
vez por año y que gracias al olvido del rey,
las personas podían vivir libres y felices.
Aquel pueblito se hallaba junto al rio Lien-
chestoa, hoy por hoy solo es una carretera
borrada de Irlanda.
Pero lo asombroso de este paraje no
eran las personas, ni las casas, ni el paisaje,
era aquel rio de aguas cristalinas y profun-
didad desconocida, que si bien es cierto de
día abastecía a sus recurrentes de noche
reflejaba los misterios de la luna, encrip-
L
tando su magia y dotando al pueblo que
lleva su nombre de un misticismo clásico
de la época.
Eran pues las noches de luna llena en
que nacía un hada del rio Lienchestoa, la
pequeña criatura posaba sus primeros ale-
teos juntos a las flores del lugar y dormía
un mes antes de emprender un largo viaje
hacia el cielo donde acompañaría a la luna,
al sol y a las nubes para dotarles de la sufi-
ciente materia para su existencia.
Lienchestoa era un lugar encantado
por los dioses y no pasaría mucho tiem-
po para que sus aldeanos lo descubrieran.
Pero así como existía la belleza y el bien,
abundaba también el horror y la maldad.
Y a un kilómetro hacia el norte del pueblo
esta se hacía notar, pues en las profundas
cavernas se respiraba la muerte, a través
de seres que hoy podrás recordar. Pues la
luna no solo anunciaba el nacimiento de
la pureza si no también, por mantener el
equilibrio natural de la vida, emergía en el
silencio del espanto una criatura del infier-
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Boletín N° 28, marzo del 2017