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y no me importaba que mi cuerpo se pa-
ralizaba, solo quería seguir perdiéndome
en medio de sus canciones; canciones
que venían desde lo más profundo, so-
nidos dulces y alegres que tranquilizaban
mi alma.
—¡Ruti, Ruti, Ruuuth! ¿Qué te
pasa?
—Mmmmm, no me pasa nada,
nada.
Me quedé mirándolo y quería con-
tarle lo que había escuchado, pero sabía
que no me iba a creer.
—Por un momento pensé que te
había pasado algo, parecías ya una esta-
tua, pero bueno ahora lo importante es
cruzar la laguna.
—¿Vamos a cruzar por ahí? —pre-
gunté sorprendida
—Sí, hijita, cruzaremos por ahí —
me dijo apuntando con el dedo a la japa.
—Y si nos caemos, o si salen de su
escondite esos toretes y nos llevan con
ellos.
—Ya te dije que olvides eso, no
existen tales animales, son mitos inven-
tados por los abuelos.
Saqué mis zapatos lo más rápido
que pude, mi padre aseguraba las cosas
en la alforja y alistó al caballo, me explicó
cómo tenía que pasar, la niña traviesa de
siempre había vuelto y emocionada me
perdí en sus explicaciones.
Papá pasaba con cuidado jalando
al caballo, parecía un lugar tranquilo, yo
iba detrás, saltando y saltando, de piedra
en piedra, jugando como niña.
—Esto es súper fácil.
—Ten cuidado, no vaya ser que la
piedra te burle y te caigas.
—Esto ya lo hice mil veces en la
escuela.
Las advertencias eran constantes,
pero yo hacía caso omiso, de pronto sen-
tí que regresaban los cantos que aluciné
cuando llegamos, al levantar la cabeza vi
a mi padre que me llamaba con la mano,
me detuve en el camino, me quedé con-
templándolo por última vez, no entendía
qué pasaba, la distancia entre él y yo
cada vez se hacía más larga, mis pasos
se reducían lentamente, mi alma se ale-
jaba con los melodiosos cantos que bro-
taban de esas aguas, bajé la mirada y vi
en el fondo de la laguna a esos seres que
tanto anhelaba conocer; dos furiosos
enemigos que luchaban por tener la su-
premacía y gobernar Lauricocha; cerros
gemelos convertidos en toros, ninguno
de ellos lograba cantar su victoria, mien-
tras ellos seguían en su guerra, la laguna
se desbordaba y enterraba a los pueblos
en su interior.
***
Día a día la pelea es más fuerte,
los brillantes tesoros del que me habló
mi padre se convierten en arenas blan-
cas. Por años intenté parar esta guerra,
sé que la victoria sigue lejana, y hasta
que llegue seguiré sentada en este trono
viendo cuál de mis hijos será mi herede-
ro.