—Todas las tardes esperaba que
salgan, una a una las enumeraba y les
ponía nombres. Pero un día ella estaba
en mi lugar haciendo lo mismo. Al prin-
cipio todo era discusión, cuando esta
estrella más brillante nos iluminó y nos
puso el mismo camino.
Se pasó toda la noche presentán-
domelas y con un “mucho gusto” yo ac-
cedía a que sean parte de mí.
A la mañana siguiente mi padre se
levantó muy temprano, ensilló al caballo,
me arropó con una manta y con una son-
risa de niño me animaba a continuar.
Después de un largo viaje nos di-
mos cuenta que los aires del pueblo de
Raura estaban cerca.
—¿Papá, en qué lugar estamos?
—Es la laguna de Lauricocha; tus
abuelos decían que es un lugar peligroso
porque en estos meses los dos toretes
que están en el centro de la laguna están
en disputa.
—¿Toretes?
—Así es, dicen que en sus aguas
encierran un gran tesoro, pero solo son
mitos hija mía.
—Y si fuese verdad, y si existen
esos toretes… sería emocionante verlos.
—Ja, ja, ja, ¡Ay, mi Ruticha! mejor
no hagas caso a lo que digo que sólo
nos estamos haciendo ideas tontas. Pasé
miles de veces por aquí y los únicos ani-
males que veo son los patos que buscan
algo de comida.
—Pero papá...
—No existe nada, así que olvídalo.
—De acuerdo.
Las horas pasaban como torbe-
llinos en huida y yo deseaba con tanta
emoción que el comentario que hizo
papá fuese cierto. De rato en rato volvía
la vista atrás para divisar la laguna, pero
sólo escuchaba cantos y más cantos de
desesperadas perdices que parecían que
nos querían ahuyentar de algún peligro.
De pronto la frialdad se asomó; era el so-
pló congelado de los vientos que nacía
de montañas solitarias, para luego morir
en nuestras mejillas.
Sin hacer caso alguno continuamos
con la caminata, papá se miraba cansado
y algo desesperado, gritaba para ir más
rápido. La alegría que tenía dentro cada
vez se suprimía con el paso del viento,
al rato ya no quedaba nada de esa niña
alegre y juguetona.
—¡Ruth,Ruth! —llamaba cada
vez que podía— Hija apresúrate, el sol
aún está muy alto, así que no perdamos
tiempo, solo nos falta cruzar esta laguna.
—Ya voy, verás cómo ahorita te
alcanzo y te voy ganar todavía, ya verás,
viejito renegón.
—Ja,ja,ja, cómo piensas alcanzar-
me si vienes a pasos de tortuga.
—Tortuga! ¡No soy tortuga! ya
verás, ya verás que te ganaré y tú serás
la tortuga.
Corrí y corrí hasta alcanzarlo, al
verme llegar me respondió con una
enorme sonrisa y yo simplemente me
quedé mirándolo con mucha emoción.
Estábamos casi por pasar la lagu-
na, cuando mis piernas ya no me respon-
dían.
—Descansaremos un rato.
—Si papá, ya no puedo más.
Yo observaba la belleza de tan ma-
jestuosa laguna, la observaba tan atenta
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Boletín N° 28, marzo del 2017