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nombre también será el mismo. Es ella, a quien
amé incluso luego de olvidarla, no había duda,
esa mirada… es evidente que no es la de nadie
más… no le pertenece a ninguna otra… es ella,
ella—… y tengo que marcharme pronto porque
estoy retrasado —culmino.
Ella no me reconoce. Mis ojos en cambio ya
no saben qué hacer, dicen que la conocen y se lo
gritan, pero ella no se percata de ello. Me arre-
piento de callar entonces, ella está a punto de en-
trar y sin importar qué pueda pasar después
quiero decirle que soy aquel que una vez la amó
para siempre. La llamo al fin, y ella da la vuelta
¡Oh, ese rostro hermoso, cuánto tiempo no lo re-
cordaba! Algunas arrugas se asoman a su frente,
pero no logran arrancarle su belleza.
—¿Quieres algo más? —habla dulcemente.
—Sí, la verdad es que alguna vez… —nadie
podía impedir que se lo dijera, nadie, pero un
niño puede hacer titubear incluso al guerrero
más curtido.
—Mamá… —la llaman desde adentro y
unos pasitos simpáticos se acercan a la puerta.
Ese niño copiaba la hermosura de su madre
y sin mentirme fui vencido por su tierna voce-
cita. Él niño la abrazó del cuello mientras ella lo
vestía de besos.
—¿Qué haces? —pregunta él.
—Salí, porque un pajarito se quejaba bajo el
árbol.
—¿Y dónde está ese pajarito, mamá?
—Le di un poco de agua, parece que se re-
cuperó y se fue.
Yo escuchaba todo y estaba ahí, ¿qué pasa?,
pregunté desesperado, incluso grité su nombre, y
aunque estaba frente a ella, y aunque ella parecía
que me miraba a los ojos, nunca supe si esto era
una visión o si solamente era que yo no existía.
Fueron inútiles todos mis intentos, quizás yo
he nacido para no olvidarla, ella en cambio nació
para nunca recordarme. Y antes de entrar y ce-
rrar su puerta, yo también dispuse a alejarme y
continuar con mi camino. Cogí mi capa y volteé
por última vez.
—Mamá, mira —el niño indicaba hacia
donde yo estaba— creo que esa es la sombra del
pajarito al que le diste agua.
Después no escuché nada más. Lo último
que vi fue que ella abrazaba con ternura a su hijo
y que una lágrima caía de sus ojos.
*
*
*
Ya no distingo el límite entre la vida y la
muerte. Mientras uno camina no sabe a dónde el
destino lo lleva, y lo único que yo sabía es que
tenía que apresurarme. Cuando recuerdo el
amor me desespero por existir; cuando recuerdo
a mi alma, no la encuentro.
Alguien entonces me coge de los hombros,
¿quién es? Todo lo que hallo a mi alrededor es
ininteligible, pero creo que le reconozco. Me
insta a apresurarme y yo le hago caso.
Vamos a prisa, él mientras tanto me habla de
las cosas evidentes de este mundo…
—¿El amor existe? —pregunto sin inmu-
tarme. — En el mundo es imposible, pero puede
existir en tu alma. No debe importarte si en el
mundo abunda el vicio, el rencor, las muertes,
los suicidios, los abortos, las violaciones, las gue-
rras, la maldad. Es preferible no confiar en el
concepto de amor que el mundo te da, pues in-
cluso por democracia el amor actual es un nego-
cio “yo te doy, tú me das”. Tanta atrocidad
puede matarte el alma y corromper tu espíritu.
Confía en ti, busca el amor en ti y dáselo a los
demás. Eso es lo único verdadero —hace una
pausa, y continúa— el amor es algo real en ti, en
los demás son sólo recuerdos, o dulces o amar-
gos. Es una energía que te mantienen en ti, te
permite ser bueno y tú no puedes saber si después
de ti existe un hombre bueno. ¿Quién responderá
por ti? Tú mismo.
“El amor, es una energía que te mantiene en
ti”, pensaba mientras continuábamos el trayecto.
Empecé a reír estruendosamente, “el amor es
egoísmo”, concluí.
Mientras volvíamos y nos adentrábamos
otra vez al laberinto humano, me sentí muy solo,
pero esta soledad inexplicablemente era preciosa
pues me alegraba por ser tal vez el único que per-
manecía en este mundo con la vista elevada al
brumoso cielo. Alguna vez fue azul, y hoy, aun-
que gris, todavía es bello.
Los mayores libros del ingenio humano han
sido guardados por algún anticuario. Ni Ho-
mero, ni Cervantes, ni Shakespeare, ni Nietzs-
che, ni Khalil, ni otros ejemplares asoman a las
bocas juveniles. Hoy quien sea escribe y hay en