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Hoy me he visto al espejo y no me he reco-
nocido, pero sonrío y no siento ni tristeza ni ale-
gría. ¿Estoy muriendo? Tal vez, o tal vez la vida
me es insuficiente.
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Dentro del baúl he encontrado cartas viejas
que loaban a una mujer hermosa; de todos mo-
dos el pasado no existe y necesariamente debo
olvidar. La uva ha fermentado, la dulce uva hoy
es un vino macerado y viejo… exquisito. Y así,
mientras más leía esas cartas se me empañaba el
rostro con vagos recuerdos… creo que he amado
alguna vez a una mujer celeste, mas no la re-
cuerdo. La vejez es quizás dejar libre a la memo-
ria y por eso para mí ya no existía su nombre,
sólo permaneció el amor.
¿Cuándo la he amado? Creo que fue en la
etapa de mi felicidad, yo era tan feliz que no me
importaba no tenerla, simplemente quería
amarla. Ya no hay recuerdos, no los hay, los re-
cuerdos son como gotas, o dulces o amargas, que
al volver al mar de la inmensa memoria univer-
sal se purifican y aparentemente se olvidan, pero
¿quién puede serle indiferente al mar?... Ya no
tengo recuerdos.
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Salí de esta fortificada mansión y caminé
con pasos lentos. Las mujeres siempre son her-
mosas, incluso hoy, pero también muchas de
ellas son como larvas donde el vicio buscó refu-
gio. Es común ver mujeres que se conmueven
por tonterías, ¡hasta lloran por estupideces! y se
excusan diciendo que son muy sensibles. Estú-
pida sensibilidad, por eso dejan que el hombre de
hoy se amaricone, son tan sobreprotectoras que
comprenden a todos y por eso no castigan la falta
de virilidad en sus propios amantes. Nada ha
cambiado, de todas formas las mujeres son her-
mosas, pero hoy la hermosura es superficial-
mente facial, la silicona la ha falsificado.
Pasa el tiempo mientras yo decido permane-
cer inmóvil, las hojas se resecan pero el tiempo
no hace mella de mi presencia, y perduro. Nacen
los hijos, mueren los ancianos, pero yo continúo,
camino errante sin camino y llego siempre a
donde nadie me espera. Nadie me extraña, nadie
me conoce y yo tan sólo paso. Incluso las mari-
posas no me temen y sin estar bendito, hasta los
pájaros del cielo bajan a mis pies y se alimentan
del grano. Donde sea encuentro siempre lo
mismo y aunque todo está apresurado, los relo-
jes siguen marcando el mismo segundo. Los ros-
tros siempre son iguales, o hay preocupación o
fatiga, nadie está conforme con lo que tiene, to-
dos ansían logros ajenos y al menos por envidia
los hombres no pierden la esperanza de ver hu-
millados a sus humilladores. A eso han llamado
justicia, al desorden lucha social, tener más di-
nero es realización personal, reclamar sueldos es
cátedra universitaria. Dios es económico, los sa-
cerdotes son caudillos políticos, mientras los ni-
ños hablan de sexo, los jóvenes de futbol o mu-
jeres, las mujeres de maquillaje y fiestas y los
adultos de sus inconformidades. Y yo sigo cami-
nando. Nada me apetece, sentimientos de pena
o risa emanan de mí ante tanta enredadera hu-
mana, pero a veces ni si siquiera eso siento.
Busco un lugar verde donde el maquillaje urbano
no haya llegado todavía a ultrajarlo, donde no
haya ni cemento ni fierros, ni alguno que pro-
yecte atentar con mega centros o parques de di-
versión, perturbando el olor de las flores o la
transparencia de los ríos.
Estoy cansado, pero estoy feliz de hallar un
lugar como el que busco. A veces no mirar gente
te hace recordar que aún puedes ser feliz y des-
pués de mucho tiempo asoma a mí una sonrisa.
Pero sé que no durará.
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A lo lejos veo una casita hermosa, cons-
truida hábilmente con sencillez y buen gusto, ro-
deada por un jardincito de ciruelas y acompa-
ñada por una brisa suave y cantarina. El río pasa
por detrás y pareciera que la abraza dulcemente,
y en su techo de rojas tejas los pajarillos silban y
cantan alegres. La hermosura de la morada hip-
notiza mis sentidos y la curiosidad me aconseja
encaminarme a ella. Sigilosamente, como un la-
drón que asecha, voy despacio y cauteloso
¿Quién vivirá en ella? Debe ser un ángel, me
digo, quizás una ninfa humana o una diosa.
He amado solamente una vez, de quién no
lo recuerdo, tampoco recuerdo su rostro, pero sé
que he amado. El amor es un pequeño diablo de
luz al que se le maldice y al mismo tiempo se le