LIMASHUM Nº 45 45-LIM-REDES | Page 10

Página 10 de 20 Hoy me he visto al espejo y no me he reco- nocido, pero sonrío y no siento ni tristeza ni ale- gría. ¿Estoy muriendo? Tal vez, o tal vez la vida me es insuficiente. * * * Dentro del baúl he encontrado cartas viejas que loaban a una mujer hermosa; de todos mo- dos el pasado no existe y necesariamente debo olvidar. La uva ha fermentado, la dulce uva hoy es un vino macerado y viejo… exquisito. Y así, mientras más leía esas cartas se me empañaba el rostro con vagos recuerdos… creo que he amado alguna vez a una mujer celeste, mas no la re- cuerdo. La vejez es quizás dejar libre a la memo- ria y por eso para mí ya no existía su nombre, sólo permaneció el amor. ¿Cuándo la he amado? Creo que fue en la etapa de mi felicidad, yo era tan feliz que no me importaba no tenerla, simplemente quería amarla. Ya no hay recuerdos, no los hay, los re- cuerdos son como gotas, o dulces o amargas, que al volver al mar de la inmensa memoria univer- sal se purifican y aparentemente se olvidan, pero ¿quién puede serle indiferente al mar?... Ya no tengo recuerdos. * * * Salí de esta fortificada mansión y caminé con pasos lentos. Las mujeres siempre son her- mosas, incluso hoy, pero también muchas de ellas son como larvas donde el vicio buscó refu- gio. Es común ver mujeres que se conmueven por tonterías, ¡hasta lloran por estupideces! y se excusan diciendo que son muy sensibles. Estú- pida sensibilidad, por eso dejan que el hombre de hoy se amaricone, son tan sobreprotectoras que comprenden a todos y por eso no castigan la falta de virilidad en sus propios amantes. Nada ha cambiado, de todas formas las mujeres son her- mosas, pero hoy la hermosura es superficial- mente facial, la silicona la ha falsificado. Pasa el tiempo mientras yo decido permane- cer inmóvil, las hojas se resecan pero el tiempo no hace mella de mi presencia, y perduro. Nacen los hijos, mueren los ancianos, pero yo continúo, camino errante sin camino y llego siempre a donde nadie me espera. Nadie me extraña, nadie me conoce y yo tan sólo paso. Incluso las mari- posas no me temen y sin estar bendito, hasta los pájaros del cielo bajan a mis pies y se alimentan del grano. Donde sea encuentro siempre lo mismo y aunque todo está apresurado, los relo- jes siguen marcando el mismo segundo. Los ros- tros siempre son iguales, o hay preocupación o fatiga, nadie está conforme con lo que tiene, to- dos ansían logros ajenos y al menos por envidia los hombres no pierden la esperanza de ver hu- millados a sus humilladores. A eso han llamado justicia, al desorden lucha social, tener más di- nero es realización personal, reclamar sueldos es cátedra universitaria. Dios es económico, los sa- cerdotes son caudillos políticos, mientras los ni- ños hablan de sexo, los jóvenes de futbol o mu- jeres, las mujeres de maquillaje y fiestas y los adultos de sus inconformidades. Y yo sigo cami- nando. Nada me apetece, sentimientos de pena o risa emanan de mí ante tanta enredadera hu- mana, pero a veces ni si siquiera eso siento. Busco un lugar verde donde el maquillaje urbano no haya llegado todavía a ultrajarlo, donde no haya ni cemento ni fierros, ni alguno que pro- yecte atentar con mega centros o parques de di- versión, perturbando el olor de las flores o la transparencia de los ríos. Estoy cansado, pero estoy feliz de hallar un lugar como el que busco. A veces no mirar gente te hace recordar que aún puedes ser feliz y des- pués de mucho tiempo asoma a mí una sonrisa. Pero sé que no durará. * * * A lo lejos veo una casita hermosa, cons- truida hábilmente con sencillez y buen gusto, ro- deada por un jardincito de ciruelas y acompa- ñada por una brisa suave y cantarina. El río pasa por detrás y pareciera que la abraza dulcemente, y en su techo de rojas tejas los pajarillos silban y cantan alegres. La hermosura de la morada hip- notiza mis sentidos y la curiosidad me aconseja encaminarme a ella. Sigilosamente, como un la- drón que asecha, voy despacio y cauteloso ¿Quién vivirá en ella? Debe ser un ángel, me digo, quizás una ninfa humana o una diosa. He amado solamente una vez, de quién no lo recuerdo, tampoco recuerdo su rostro, pero sé que he amado. El amor es un pequeño diablo de luz al que se le maldice y al mismo tiempo se le