LICEO ANTIOQUEÑO DE LA UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA LICEO UDEA | Page 101
De Liceo a Ciudadela Universitaria. Historia de la sede de Robledo de la Universidad de Antioquia
que en ese entonces cursábamos quinto de bachillerato. El compromiso era que en ese
mismo día –la fecha está en el discurso- pero en el año dos mil, nos encontraríamos allí
para abrir la urna, llamar a lista y leer nuevamente los discursos. Sobre éstos, el profesor
Mejía seleccionó a tres estudiantes, para escoger uno. Los preseleccionados fuimos
Sergio Restrepo Álvarez (vive actualmente en Bogotá), otro compañero cuyo nombre no
recuerdo, y yo. La lectura inicial de los tres discursos la hicimos en el auditorio del Museo
de Zea, que así se llamaba en ese entonces el actual Museo de Antioquia, y al profesor
Mejía, quien era muy sensible, le parecieron tan buenos los tres que decidió que todos
fueran leídos el día de la inauguración, como en efecto se hizo.
En la inauguración se contó con la presencia del rector de ese entonces, el Doctor
Lucrecio Jaramillo Vélez y el director del Liceo, Don Hernando Sánchez Eusse.
En el año dos mil cumplimos la cita. Asistimos un buen grupo de liceístas y al menos
cinco profesores de la época. La reunión fue en Robledo, pero claro, ya no existía el
Liceo. Tampoco existía la urna pues se filtró la noticia de su existencia y fue saqueada.
Ló único que se rescató fue la lista de los compañeros y la lectura de mi discurso.
El monumento se inauguró el día 10 de octubre de 1967, a las diez de la mañana. En este acto el
estudiante de quinto año, Luis Carlos Ochoa Vásquez, pronunció las siguientes palabras 67 :
Señor rector de la Universidad
Señor Director del Liceo
Señores Profesores
Liceístas
El hombre, a través de todas las etapas de su evolución, y en todas las regiones
habitables del globo terrestre, se ha sentido ante la imperiosa necesidad de objetivar sus
sentimientos, de materializar sus deseos, sus creencias. Y es así como la arqueología en
su afán de estudiar las culturas antiguas, nos muestra las primeras expresiones del
sentimiento humano: objetos burdos, groseros, casi sin pulimentación.
Más adelante, ya el hombre descubre nuevos elementos y artificios, lo cual amplía la
perfección de su obra. Y continúa así en progresión, y vemos pasar las clásicas obras
griegas en todo su esplendor, la majestuosidad e imponencia predominantes en la edad
media, hasta llegar a lo novedoso y abstracto del arte.
Ahora bien, ¿a qué motivos responde esta necesidad? Y la misma historia se encarga de
respondernos: al orgullo del hombre, que imaginándose su obra inmerecedora quiere
dejar a la posteridad algún mensaje que dé cuenta de su existencia, y sobre todo, de su
labor y adelanto, de su oficio como amo y señor de la naturaleza.
Y estos mismos motivos tuvieron las grandes civilizaciones americanas a realizar
auténticas creaciones artísticas, verdaderos prodigios arquitectónicos, admirables
bellezas.
Los aztecas con su espíritu guerrero y con su macabra pero a la vez profunda concepción
de la muerte; los mayas con sus adelantos matemáticos, y una hermosa mentalidad de
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