LICEO ANTIOQUEÑO DE LA UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA LICEO UDEA | Page 102
De Liceo a Ciudadela Universitaria. Historia de la sede de Robledo de la Universidad de Antioquia
la precisión y la rigidez; los Incas, con inmenso imperio regado de amplias vías, y sus
ciclópeas construcciones de palacios, que los colocan a la cabeza de la arquitectura
americana.
En fin, todas las razas que habitaron el suelo de nuestro mundo, sobresalieron en uno u
otro campo, logrando grandes adelantos, y unas, precisamente por su originalidad y
exactitud, no tienen por qué sentirse inferi ores ante las demás culturas sino por el
contrario, se presenta ante ellas en franca emulación, superándolas en muchos de los
casos, a la vez que construyen el orgullo de la América moderna.
Pero no nos limitemos a América. Pasemos a Colombia y allí encontraremos con
marcado acento, la labor del aborigen americano. Entre las muchas que existieron,
sobresale la Quimbaya, la primera en trabajos de orfebrería en toda Hispanoamérica.
Pero el verdadero valor que encontramos en nuestro suelo, está en la civilización
llamada San Agustín, la cual por su propio talento brilla entre las más virtuosas de
América, por su estatuaria de solidez y perfección singulares.
Hemos hecho pues un análisis de las culturas antiguas y de lo que ellas han dejado.
Pero, ellas mismas, ¿por qué han desaparecieron? Unas tras otras se hundieron;
sabemos que solo algunas resistieron el embate del exterior, mientras que las otras
fueron su propio verdugo, minadas interiormente por una lenta putrefacción.
En la historia humana se viene repitiendo el mismo círculo: el hombre, con su espíritu,
trata de dominar la materia, y precisamente porque tiene espíritu, sale la máquina de la
fábrica, surge la ciudad en la selva, el mármol se convierte en estatua, las cuerdas
cantan, se unen los hombres, se forma la humanidad. Pero si el espíritu se corrompe, la
materia, antes dominada, se vuelve contra el hombre, lo aplasta y escapa de él.
Entonces es necesario crear el nuevo.
En la actualidad, el hombre orgulloso de sus conquistas y de su poder sobre la materia,
parece dominar el mundo cada vez más, pero a medida que avanza su conocimiento
sobre el universo, el hombre se ignora a sí mismo. Penetra en el misterio de los mundos:
en el de los infinitamente pequeños y en el de los infinitamente grandes, y se pierde en
su propio misterio. Quiere regir el universo y no sabe regir su propia persona.
Estamos orgullosos de nuestra civilización occidental. Con el intento de salvarla (según
parece), hemos participado en la mayor carnicería que el mundo ha conocido; para
mantenerla fueron muertos millones de hombres, y otros tanto han sufrido; para
salvaguardarla, las grandes naciones se arman cada día y almacenan poderosas
fuerzas, capaces de asolar continentes enteros.
Por estos y otros motivos, nuestra civilización tampoco escapará de este inexorable
curso de la historia, y como las anteriores, desaparecerá, quedando de ella recuerdos
externos.
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