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la señorita Florentina es como los ángeles, y yo... compararme con ella es como si un pedazo de
espejo roto se comparara con el sol... ¿Para qué sirvo yo? Yo soñé que no debía haber nacido,
¿para qué nací?... ¡Dios se equivocó!, hízome una cara fea, un cuerpecillo chico y un corazón
muy grande, ¿de qué me sirve este corazón muy grande? De tormento nada más. ¡Ay!, si yo no
le sujetara, él se empeñaría en aborrecer mucho; pero el aborrecimiento no me gusta, yo no sé
aborrecer, y antes que llegar a saber lo que es eso, quiero enterrar mi corazón para que no me
atormente más.
-Te atormenta con los celos, con el sentimiento de verte humillada. ¡Ay! Nela, tu soledad es
grande. No puede salvarte ni el saber que no posees, ni la familia que te falta, ni el trabajo que
desconoces. Dime, la protección de la señorita Florentina ¿qué sentimientos ha despertado en
ti?...
Marianela
-¡Miedo!... ¡vergüenza! -exclamó la Nela con temor, abriendo mucho sus ojuelos-. ¡Vivir con
ellos, viéndoles a todas horas... porque se casarán, el corazón me ha dicho que se casarán; yo he
soñado que se casarán!...
-Pero Florentina es muy buena, te amaría mucho...
-Yo la quiero también; pero no en Aldeacorba -dijo la de la Canela con exaltación y desvarío-.
Ha venido a quitarme lo que es mío... porque era mío, sí, señor... Florentina es como la Virgen
María... yo le rezaría, sí, señor, le rezaría; pero no quiero que me quite lo que es mío... y me lo
quitará, ya me lo ha quitado... ¿A dónde voy yo ahora, qué soy, ni de qué valgo? Todo lo perdí,
todo, y quiero irme con mi madre.
La Nela dio algunos pasos; pero Golfín, como fiera que echa la zarpa, la detuvo fuertemente
por la muñeca. Haciendo esto observó el agitado pulso de la vagabunda.
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-Ven acá -le dijo-. Desde este momento, que quieras que no, te hago mi esclava. Eres mía y
no has de hacer sino lo que yo te mande. ¡Pobre criatura, formada de sensibilidad ardiente, de
imaginación viva, de candidez y de superstición, eres una admirable persona nacida para todo lo
bueno; pero desvirtuada por el estado salvaje en que has vivido, por el abandono y la falta de
instrucción, pues careces hasta de la más elemental! ¡En qué donosa sociedad vivimos, que se
olvida hasta este punto de sus deberes y deja perder de este modo un ser preciosísimo!... Ven
acá, que no has de separar de mí; te tomo, te cazo, esa es la palabra, te cazo con trampa en
medio de los bosques, fierecita silvestre, y voy a ensayar en ti un sistema de educación...
Veremos si sé tallar este hermoso diamante... ¡Ah!, ¡cuántas cosas ignoras! Yo te descubriré un
nuevo mundo en tu alma, te haré ver mil asombrosas maravillas que hasta ahora no has
conocido, aunque de todas ellas has de tener tú una idea confusa, una idea vaga. ¿No sientes en
tu pobre alma?... ¿cómo te lo diré?, el brotecillo, el pimpollo de una virtud que es la más
preciosa y la madre de todas, la humildad, una virtud por la cual gozamos extraordinariamente
¡mira tú qué cosa tan rara!, al vernos inferiores a los demás? Gozamos, sí, al ver que otros están
por encima de nosotros. ¿No sientes también la abnegación, por la cual nos complacemos en
sacrificarnos por los demás y hacernos pequeñitos para que los demás sean grandes? Tú
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