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-¡Hola, hola!... ¿también los árboles y las peñas tienen cara?...
-Sí, señor... Para mí todas las cosas hermosas ven y hablan... Por eso cuando todas me han
dicho: «ven con nosotras; muérete y vivirás sin pena»...
¡Qué lástima de fantasía! -murmuró Golfín-. Alma enteramente pagana.
Y luego añadió en voz alta:
-Si deseas la vida, ¿por qué no aceptaste lo que Florentina te ofrecía? Vuelvo al mismo tema.
-¡Qué mal juzgas su caridad! Hay seres tan infelices que prefieren la vida vagabunda y
miserable, a la dignidad que poseen las personas de un orden superior. Tú te has acostumbrado
a la vida salvaje en contacto directo con la Naturaleza, y prefieres esta libertad grosera a los
afectos más dulces de una familia. ¿Has sido tú feliz en esta vida?
-Empezaba a serlo...
Marianela
-Porque... porque... porque la señorita Florentina no me ofrecía sino la muerte -dijo la Nela
con energía.
-¿Y cuándo dejaste de serlo?
Después de larga pausa, la Nela contestó:
-Cuando usted vino.
-¡Yo!... ¿Qué males he traído?
-Ninguno: no ha traído sino grandes bienes.
-Yo he devuelto la vista a tu amo -dijo Golfín, observando con atención de fisiólogo el
semblante de la Nela-. ¿No me agradeces esto?
-Mucho, sí, señor; mucho -replicó ella, fijando en el doctor sus ojos llenos de lágrimas.
Golfín sin dejar de observarla, ni perder el más ligero síntoma facial que pudiera servir para
conocer los sentimientos de la mujer-niña, habló así:
-Tu amo me ha dicho que te quiere mucho. Cuando era ciego, lo mismo que después que
tiene vista, no ha hecho más que preguntar por la Nela. Se conoce que para él todo el Universo
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