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Aquel día tomaron el camino de Hinojales, que es el mismo donde la vagabunda vio a
Florentina por primera vez. Al entrar en la calleja la señorita dijo a su amiga:
-¿Por qué no has ido a casa? Mi tío decía que tienes modestia y una delicadeza natural que
es lástima no haya sido cultivada. ¿Tu delicadeza te impedía venir a reclamar lo que por la
misericordia de Dios habías ganado? No hay más sino que tiene razón mi tío... ¡Cómo estaba
aquel día el pobre señor!... decía que ya no le importaba nada morirse... ¿Ves tú?, todavía tengo
los ojos encarnados de tanto llorar. Es que anoche mi tío, mi padre y yo no dormimos; estuvimos
formando proyectos de familia y haciendo castillos en el aire toda la noche... ¿Por qué callas?,
¿por qué no dices nada?... ¿No estás tú también alegre como yo?
La Nela miró a la señorita, oponiendo débil resistencia a la dulce mano que la conducía.
-Sigue... ¿qué tienes? Me miras de un modo particular, Nela.
Marianela
Así era, en efecto; los ojos de la abandonada, vagando con extravío de uno en otro objeto,
tenían al fijarse en la Virgen Santísima el resplandor del espanto.
-¿Por qué tiembla tu mano? -preguntó la señorita-, ¿estás enferma? Te has puesto más
pálida que una muerta y das diente con diente. Si estás enferma yo te curaré, yo misma. Desde
hoy tienes quien se interese por ti y te mime y te haga cariños... No seré yo sola, pues Pablo te
estima... me lo ha dicho. Los dos te querremos mucho, porque él y yo seremos como uno solo...
Desea verte. Figúrate si tendrá curiosidad quien nunca ha visto... pero no creas... como tiene
tanto entendimiento y una imaginación que, según parece, le ha anticipado ciertas ideas que no
poseen comúnmente los ciegos, desde el primer instante supo distinguir las cosas feas de las
bonitas. Un pedazo de lacre encarnado le agradó mucho y un pedazo de carbón le pareció
horrible. Admiró la hermosura del cielo y se estremeció con repugnancia al ver una rana. Todo lo
que es bello le produce un entusiasmo que parece delirio: todo lo que es feo le causa horror y se
pone a temblar como cuando tenemos mucho miedo. Yo no debí parecerle mal, porque exclamó
al verme: «¡Ay, prima mía, qué hermosa eres! ¡Bendito sea Dios que me ha dado esta luz con
que ahora te siento!»
La Nela tiró suavemente de la mano de Florentina y soltola después, cayendo al suelo como
un cuerpo que pierde súbitamente la vida. Inclinose sobre ella la señorita, y con cariñosa voz le
dijo:
-¿Qué tienes?... ¿Por qué me miras así?
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Clavaba la huérfana sus ojos con terrible fijeza en el rostro de la Virgen Santísima; pero no
brillaban, no, con expresión de rencor, sino con una como congoja suplicante, a la manera de la
postrer mirada del moribundo que con los ojos pide misericordia a la imagen de Dios, creyéndola
Dios mismo.
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