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-¿Cuándo, Celipín?
Y Celipín contestó con la gravedad de un expedicionario formal:
-Mañana.
Los dos aventureros levantáronse al rayar el día y cada cual fue por su lado: Celipín a su
trabajo, la Nela a llevar un recado que le dio Señana para la criada del ingeniero. Al volver
encontró dentro de la casa a la señorita Florentina que la esperaba. Quedose María al verla
sobrecogida y temerosa, porque adivinó con su instintiva perspicacia, o más bien con lo que el
vulgo llama corazonada, el objeto de aquella visita.
-Nela, querida hermana -dijo la señorita con elocuente cariño-. ¿Qué conducta es la tuya?...
¿Por qué no has parecido por allá en todos estos días?... Ven, Pablo desea verte... ¿No sabes que
ya puede decir «quiero ver tal cosa»? ¿No sabes que ya mi primo no es ciego?
-Vamos allá, vamos al momento. No hace más que preguntar por la señora Nela. Hoy es
preciso que estés allí cuando D. Teodoro le levante la venda... Es la cuarta vez... El día de la
primera prueba... ¡qué d ía!, cuando comprendimos que mi primo había nacido a la luz, casi nos
morimos de gozo. La primera cara que vio fue la mía... Vamos.
Marianela
-Ya lo sé -dijo Nela, tomando la mano que la señorita le ofrecía y cubriéndola de besos.
María soltó la mano de la Virgen Santísima.
-¿Te has olvidado de mi promesa sagrada -añadió ésta- o creías que era broma? ¡Ay!, todo
me parece poco para demostrar a la Madre de Dios el gran favor que nos ha hecho... Yo quisiera
que en estos días nadie estuviera triste en todo lo que abarca el Universo; quisiera poder
repartir mi alegría, echándola a todos lados, como echan los labradores el grano cuando
siembran; quisiera poder entrar en todas las habitaciones miserables y decir: «ya se acabaron
vuestras penas; aquí traigo yo remedio para todos». Esto no es posible, esto sólo puede hacerlo
Dios. Ya que mis fuerzas no pueden igualar a mi voluntad, hagamos bien lo poco que podemos
hacer... y se acabaron las palabras, Nela. Ahora despídete de esta choza, di adiós a todas las
cosas que han acompañado a tu miseria y a tu soledad. También se tiene cariño a la miseria, hija.
Marianela no dijo adiós a nada, y como en la casa no estaba a la sazón ninguno de sus
simpáticos habitantes, no fue preciso detenerse por ellos. Florentina salió llevando de la mano a
la que sus nobles sentimientos y su cristiano fervor habían puesto a su lado en el orden de la
familia, y la Nela se dejaba llevar sintiéndose incapaz de oponer resistencia. Pensaba ella que
una fuerza sobrenatural le tiraba de la mano y que iba fatal y necesariamente conducida, como
las almas que los brazos de un ángel trasportan al cielo.
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