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aquello como un aspecto singular del mismo sentimiento que en los seres educados y civilizados
se llama amor propio, por más que en ella revistiera los caracteres del desprecio de sí misma;
pero la filiación de aquel sentimiento con el que tan grande parte tiene en las acciones del
hombre culto, se reconocía en que estaba basado como éste en la dignidad más puntillosa. Si
Marianela usara ciertas voces habría dicho:
-Mi dignidad no me permite aceptar el atroz desaire que voy a recibir. Puesto que Dios
quiere que sufra esta humillación, sea; pero no he de asistir a mi destronamiento. Dios bendiga a
la que por ley natural va a ocupar mi puesto; pero no tengo valor para sentarla yo misma en él.
No pudiendo expresarse así, su rudeza expresaba la misma idea de este otro modo:
Marianela
-No vuelvo más a Aldeacorba... No consentiré que me vea... Huiré con Celipín, o me iré con
mi madre. Ahora yo no sirvo para nada.
Pero mientras esto decía, parecíale muy desconsolador renunciar al divino amparo de
aquella celestial Virgen que se le había aparecido en lo más negro de su vida extendiendo su
manto para abrigarla. ¡Ver realizado lo que tantas veces había visto en sueños palpitando de
gozo, y tener que renunciar a ello!... ¡Sentirse llamada por una voz cariñosa, que le ofrecía amor
fraternal, hermosa vivienda, consideración, nombre, bienestar, y no poder acudir a este
llamamiento, inundada de gozo, de esperanza, de gratitud!... ¡Rechazar la mano celestial que la
sacaba de aquella sentina de degradación y miseria para hacer de la vagabunda una persona, y
elevarla de la jerarquía de los animales domésticos a la de los seres más respetados y
queridos!...
-¡Ay! -exclamó clavándose los dedos como garras en el pecho-. No puedo, no puedo... Por
nada del mundo me presentaré en Aldeacorba. ¡Virgen de mi alma, ampárame... Madre mía, ven
por mí!...
Al anochecer marchó a su casa. Por el camino encontró a Celipín con un palito en la mano y
en la punta del palo la gorra.
-Nelilla -le dijo el chico- ¿no es verdad que así se pone el Sr. D. Teodoro? Ahora pasaba por la
charca de Hinojales y me miré en el agua. ¡Córcholis!, me quedé pasmado, porque me vi con la
mesma figura que D. Teodoro Golfín... Cualquier día de esta semanita nos vamos a ser médicos y
hombres de provecho... Ya tengo juntado lo que quería. Verás como nadie se ríe del señor
Celipín.
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Tres días más estuvo la Nela fugitiva, vagando por los alrededores de las minas, siguiendo el
curso del río por sus escabrosas riberas o internándose en el sosegado apartamiento del bosque
de Saldeoro. Las noches pasábalas entre sus cestas sin dormir. Una noche dijo tímidamente a su
compañero de vivienda:
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