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Marianela
considerables hacia aquella misma persona... A veces creía con pueril inocencia que era la Virgen
María en esencia y presencia. De tal modo comprendía su bondad que creía estar viendo, como
el interior de un hermoso paraíso abierto, el alma de Florentina, llena de pureza, de amor, de
bondades, de pensamientos discretos y consoladores. La Nela tenía la rectitud suficiente para
adoptar y asimilarse al punto la idea de que no podría aborrecer a su improvisada hermana.
¿Cómo aborrecerla, si se sentía impulsada espontáneamente a amarla con todas las energías de
su corazón? La aversión, la repulsión eran como un sedimento que al fin de la lucha debía
quedar en el fondo para descomponerse al cabo y desaparecer, sirviendo sus elementos para
alimentar la admiración y el respeto hacia la misma amiga bienhechora. Pero si desaparecía la
aversión, no así el sentimiento que la había causado, el cual, no pudiendo florecer por sí ni
manifestarse solo, con el exclusivismo avasallador que es condición propia de tales afectos,
prodújole un aplanamiento moral que trajo consigo la más amarga tristeza. En casa de Centeno
observaron que la Nela no comía, que parecía más parada que de costumbre, que permanecía
en silencio y sin movimiento como una estatua larguísimos ratos, que hacía mucho tiempo que
no cantaba de noche ni de día. Su incapacidad para todo había llegado a ser absoluta, y
habiéndola mandado Tanasio por tabaco a la Primera de Socartes, sentose en el camino y allí se
estuvo todo el día.
Una mañana, cuando habían pasado ocho días después de la operación, fue a casa del
ingeniero jefe, y Sofía le dijo:
-¡Albricias, Nela! ¿No sabes las noticias que corren? Hoy han levantado la venda a Pablo...
Dicen que ve algo, que ya tiene vista... Ulises, el jefe de taller, lo acaba de decir... Teodoro no ha
venido aún, pero Carlos ha ido allá; pronto sabremos si es verdad.
Quedose la Nela al oír esto más muerta que viva, y cruzando las manos exclamó así:
-¡Bendita sea la Virgen Santísima, que es quien lo ha hecho!... Ella, ella sola es quien lo ha
hecho.
-¿Te alegras?... Ya lo creo: ahora la señorita Florentina cumplirá su promesa -dijo Sofía en
tono de mofa-. Mil enhorabuenas a la señora doña Nela... Ahí tienes tú como cuando menos se
piensa se acuerda Dios de los pobres. Esto es como una lotería... ¡qué premio gordo, Nelilla!... Y
puede que no seas agradecida... no, no lo serás... No he conocido a ningún pobre que tenga
agradecimiento. Son soberbios, y mientras más se les da, más quieren... Ya es cosa hecha que
Pablo se casará con su prima: es buena pareja; los dos son guapos chicos; y ella no parece
tonta... y tiene una cara preciosa, ¡qué lástima de cara y de cuerpo con aquellos vestidos tan
horribles!... No, no, si necesito vestirme, no me traigan acá a la modista de Santa Irene de
Campó.
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Esto decía cuando entró Carlos. Su rostro resplandecía de júbilo.
-¡Triunfo completo! -gritó desde la puerta-. Después de Dios, mi hermano Teodoro.
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