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son gloria y orgullo del siglo XIX. En presencia de tanta audacia la Naturaleza, que no permite
sean sorprendidos sus secretos, continuaba muda y reservada.
El paciente fue incomunicado con absoluto rigor. Sólo su padre le asistía. Ninguno de la
familia podía verle.
Iba la Nela a preguntar por el enfermo cuatro o cinco veces; pero no pasaba de la portalada,
aguardando allí hasta que salieran el Sr. D. Manuel, su hija o cualquiera otra persona de la casa.
La señorita, después de darle prolijas noticias y de pintar la ansiedad en que estaba toda la
familia, solía pasear un poco con ella. Un día quiso Florentina que Marianela le enseñara su casa,
y bajaron a la morada de Centeno, cuyo interior causó no poco disgusto y repugnancia a la
señorita, mayormente cuando vio las cestas que a la huérfana servían de cama.
Absorta se quedó al oír estas palabras la señora de Centeno, así como la Mariuca y la Pepina,
y no les ocurrió sino que a la miserable huérfana abandonada le había salido algún padre rey o
príncipe, como se contaba en los cuentos y romances.
Cuando estuvieron solas Florentina dijo a María:
Marianela
-P ronto ha de venir la Nela a vivir conmigo -dijo Florentina, saliendo a toda prisa de aquella
caverna-, y entonces tendrá una cama como la mía y vestirá y comerá lo mismo que yo.
-Ruégale a Dios de día y de noche que conceda a mi querido primo ese don que nosotros
poseemos y de que él ha carecido. ¡En qué ansiedad tan grande vivimos! Con su vista vendrán
mil felicidades y se remediarán muchos males. Yo he hecho a la Virgen una promesa sagrada: he
prometido que si da la vista a mi primo he de recoger al pobre más pobre que encuentre,
dándole todo lo necesario para que pueda olvidar completamente su pobreza, haciéndole
enteramente igual a mí por las comodidades y el bienestar de la vida. Para esto no basta vestir a
una persona, ni sentarla delante de una mesa donde haya sopa y carne. Es preciso ofrecerle
también aquella limosna que vale más que todos los mendrugos y que todos los trapos
imaginables, y es la consideración, la dignidad, el nombre. Yo daré a mi pobre estas cosas,
infundiéndole el respeto y la estimación de sí mismo. Ya he escogido a mi pobre, María; mi
pobre eres tú. Con todas las voces de mi alma le he dicho a la Santísima Virgen que si devuelve la
vista a mi primo, haré de ti una hermana: serás en mi casa lo mismo que soy yo, serás mi
hermana.
Diciendo esto la Virgen estrechó con amor entre sus brazos la cabeza de la Nela y diole un
beso en la frente.
Es absolutamente imposible describir los sentimientos de la vagabunda en aquella
culminante hora de su vida. Un horror instintivo la alejaba de la casa de Aldeacorba, horror con
el cual se confundía la imagen de la señorita de Penáguilas, como las figuras que se nos
presentan en una pesadilla; y al mismo tiempo sentía nacer en su alma admiración y simpatía
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