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para enseñarnos lo real de nuestro pensamiento, ¿para qué sirve? Lo que es y lo que se siente,
¿no son una misma cosa? La forma y la idea ¿no son como el calor y el fuego? ¿Pueden
separarse? ¿Puedes dejar tú de ser para mí el más hermoso, el más amado de todos los seres de
la tierra cuando yo me haga dueño de los inmensos dominios de la forma?
Marianela
Florentina volvió. Hablaron algo más; pero después de lo que hemos escrito, nada de cuanto
dijeron es digno de ser transmitido al lector.
En los siguientes días no pasó nada; mas vino uno en el cual ocurrió un hecho asombroso,
capital, culminante. Teodoro Golfín, aquel artífice sublime en cuyas manos el cuchillo del
cirujano era el cincel del genio, había emprendido la corrección de una delicada hechura de la
Naturaleza. Intrépido y sereno, había entrado con su ciencia y su experiencia en el maravilloso
recinto cuya construcción es compendio y abreviado resumen de la inmensa arquitectura del
Universo. Era preciso hacer frente a los más grandes misterios de la vida, interrogarlos y explorar
las causas que impedían a los ojos de un hombre el conocimiento de la realidad visible.
Para esto había que trabajar con ánimo resuelto, rompiendo uno de los más delicados
organismos, la córnea; apoderarse del cristalino y echarlo fuera, respetando la hialoides y
tratando con la mayor consideración al humor vítreo; ensanchar por medio de un corte las
dimensiones de la pupila, y examinar por inducción o por medio de la catóptrica el estado de la
cámara posterior.
Pocas palabras siguieron a esta atrevida expedición por el interior de un mundo
microscópico, empresa no menos colosal que la medida de las distancias de los astros en las
infinitas magnitudes del espacio. Mudos y espantados estaban los individuos de la familia que el
caso presenciaban. Cuando se espera la resurrección de un muerto o la creación de un mundo
no se está de otro modo. Pero Golfín no decía nada concreto, sus palabras eran:
-Contractibilidad de la pupila... retina sensible... algo de estado pigmentario... nervios llenos
de vida.
Pero el fenómeno sublime, el hecho, el hecho irrecusable, la visión, ¿dónde estaba?
-A su tiempo se sabrá -dijo Teodoro, empezando la delicada operación del vendaje-.
Paciencia.
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Y su fisonomía de león no expresaba desaliento ni triunfo; no daba esperanza, ni la quitaba.
La ciencia había hecho todo lo que sabía. Era un simulacro de creación, como otros muchos que
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