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-Pero no me hagan pasar por túneles, que me da mucho miedo. Eso sí que no lo consiento dijo Florentina, siguiéndoles-. Primo, ¿tú y la Nela paseáis mucho por aquí?... Esto es precioso.
Aquí viviría yo toda mi vida... ¡Bendito sea el hombre que te va a dar la facultad de gozar de
todas estas preciosidades!
-¡Dios lo quiera! Mucho más hermosas me parecerán a mí, que jamás las h e visto, que a
vosotras que estáis saciadas de verlas... No creas tú, Florentina, que yo no comprendo las
bellezas; las siento en mí de tal modo, que casi, casi suplo con mi pensamiento la falta de la
vista.
-Eso sí que es admirable... Por más que digas -replicó Florentina- siempre te resultarán
algunos buenos chascos cuando abras los ojos.
-Podrá ser -dijo el ciego, que aquel día estaba muy lacónico.
Cuando se acercaron a la concavidad de la Terrible, Florentina admiró el espectáculo
sorprendente que ofrecían las rocas cretáceas, subsistentes en medio del terreno después de
arrancado el mineral. Comparolo a grandes grupos de bollos, pegados unos a otros por el azúcar;
después de mirarlo mucho por segunda vez, comparolo a una gran escultura de perros y gatos
que se habían quedado convertidos en piedra en el momento más crítico de una encarnizada
reyerta.
Marianela
La Nela no estaba lacónica sino muda.
-Sentémonos en esta ladera -dijo- y veremos pasar los trenes con mineral, y además
veremos esto que es muy curioso. Aquella piedra grande que está en medio tiene su gran boca,
¿no la ves, Nela?, y en la boca tiene un palillo de dientes; es una planta que se ha nacido sola.
Parece que se ríe mirándonos, porque también tiene ojos; y más allá hay una con joroba, y otra
que fuma en pipa, y dos que se están tirando de los pelos, y una que bosteza, y otra que duerme
la mona, y otra que está boca abajo sosteniendo con los pies una catedral, y otra que empieza
en guitarra y acaba en cabeza de perro, con una cafetera por gorro.
-Todo eso que dices, primita -observó el ciego- me prueba que con los ojos se ven muchos
disparates, lo cual indica que ese órgano tan precioso sirve a veces para presentar las cosas
desfiguradas, cambiando los objetos de su natural forma en otra postiza y fingida; pues en lo que
tienes delante de ti no hay confituras, ni gatos, ni hombres, ni palillos de dientes, ni catedrales,
ni borrachos, ni cafeteras, sino simplemente rocas cretáceas y masas de tierra caliza
embadurnadas con óxido de hierro. De la cosa más sencilla hacen tus ojos un berenjenal.
-Tienes razón, primo. Por eso digo yo que nuestra imaginación es la que ve y no los ojos. Sin
embargo, éstos sirven para enterarnos de algunas cositas que los pobres no tienen y que
nosotros podemos darles.
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