libros | Page 72
-¡Oh! No hables mal de Santa Irene de Campó, una villa ilustrada, donde se encuentran hoy
muchas comodidades y una sociedad distinguida. También han llegado allá los adelantos de la
civilización... de la civilización. Andando a mi lado juiciosamente puedes admirar la Naturaleza;
yo también la admiro sin hacer cabriolas como los volatineros. A las personas educadas entre
una sociedad escogida se las conoce sólo por el modo de andar y por el modo de contemplar los
objetos todos. Eso de estar diciendo a cada instante: «¡ah!, ¡oh!... ¡qué bonito!... ¡Mire usted,
papá!», señalando a un helecho, a un roble, a una piedra, a un espino, a un chorro de agua, no
es cosa de muy buen gusto... Creerán que te has criado en algún desierto... Con que anda a mi
lado... La Nela nos dirá por dónde volveremos a casa, porque a la verdad, yo no sé dónde
estamos.
-Tirando a la izquierda por detrás de aquella casa vieja -dijo la Nela- se llega muy pronto...
Pero aquí viene el Sr. D. Francisco.
En efecto, apareció D. Francisco gritando:
-Qué quieres, hombre... Mi hija estaba tan deseosa de retozar por el campo, que no ha
querido esperar, y aquí nos tienes de mata en mata como cabritillos... de mata en mata como
cabritillos.
Marianela
-Que se enfría el chocolate...
-A casa, a casa. Ven tú también, Nela, para que tomes chocolate -dijo Penáguilas, poniendo
su mano sobre la cabeza de la vagabunda-. ¿Qué te parece mi sobrina?... Vaya que es guapa...
Florentina, después que toméis chocolate, la Nela os llevará a pasear a entrambos, a Pablo y a ti,
y verás todas las hermosuras del país, las minas, el bosque, el río...
Florentina dirigió una mirada cariñosa a la infeliz criatura, que a su lado parecía hecha
expresamente por la Naturaleza para hacer resaltar más la perfección y magistral belleza de
algunas de sus obras.
Al llegar a la casa esperábalos la mesa con las jícaras donde aún hervía el espeso licor
guayaquileño y un montoncillo de rebanadas de pan. También estaba en expectativa la
mantequilla, puesta entre hojas de helechos, sin que faltaran algunas pastas y golosinas. Los
vasos transparente y fresca agua reproducían en su convexo cristal estas bellezas gastronómicas,
agrandándolas.
-Hagamos algo por la vida -dijo D. Francisco, sentándose.
-Nela -indicó Pablo- tú también tomarás chocolate.
No lo había dicho, cuando Florentina ofreció a Marianela el jicarón con todo lo demás que en
la mesa había. Resistíase a aceptar el convite; mas con tanta bondad y con tan graciosa llaneza
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