libros | Page 69
Arrodillándose tentó el suelo.
-No sé... pero algo va a pasar. Que es una cosa buena no puedo dudarlo... La Virgen me dijo
anoche que hoy me consolaría... ¿Qué es lo que tengo?... ¿Esa Señora celestial anda alrededor
de mí? No la veo, pero la siento, está detrás, está delante.
Pasó por junto a las máquinas de lavado en dirección al plano inclinado y miraba con
despavoridos ojos a todas partes. No veía más que las figuras de barro crudo que se agitaban
con gresca infernal en medio del áspero bullicio de las cribas cilíndricas, pulverizando el agua y
humedeciendo el polvo. Más adelante, cuando se vio sola, se detuvo, y poniéndose el dedo en la
frente y clavando los ojos en el suelo con la vaguedad que imprime a aquel sentido la duda, se
hizo esta pregunta:
Marianela
-¿Pero yo estoy alegre o estoy triste?»
Miró después al cielo, admirándose de hallarlo lo mismo que todos los días (y era aquél de
los más hermosos) y avivó el paso para llegar pronto a Aldeacorba de Suso. En vez de seguir la
cañada de las minas para subir por la escalera de palo, se apartó de la hondonada por el regato
que hay junto al plano inclinado, con objeto de subir a las praderas y marchar después derecha y
por camino llano a Aldeacorba. Este camino era más bonito y por eso lo prefería casi siempre.
Había callejas pobladas de graciosas y aromáticas flores, en cuya multitud pastaban rebaños de
abejas y mariposas; había grandes zarzales llenos del negro fruto que tanto apetecen los chicos;
había grupos de guinderos, en cuyos troncos se columpiaban las madreselvas, y había también
corpulentas encinas, grandes, anchas, redondas, hermosas, oscuras, que parece se recreaban
contemplando su propia sombra.
La Nela seguía andando despacio, inquieta de lo que en sí misma pasaba y de la angustia
deliciosa que la embargaba. Su imaginación fecunda supo al fin hallar la fórmula más propia para
expresar aquella obsesión, y recordando haber oído decir: Fulano o Zutano tiene los demonios
en el cuerpo, ella dijo: -«Yo tengo los ángeles en el cuerpo... Virgen María, tú estás hoy conmigo.
Esto que siento son las carcajadas de tus ángeles que juegan dentro de mí. Tú no estás lejos, te
veo y no te veo, como cuando vemos con los ojos cerrados».
68
La Nela cerraba los ojos y los volvía a abrir. Habiendo pasado junto a un bosque, dobló el
ángulo del camino para llegar a un sitio donde se extendía un gran bardo de zarzas, las más
frondosas, las más bonitas y crecidas de todo aquel país. También se veían lozanos helechos,
madreselvas, parras vírgenes y otras plantas de arrimo, que se sostenían unas a otras por no
haber allí grandes troncos. La Nela sintió que las ramas se agitaban a su derecha; miró... ¡Cielos
divinos! Allí estaba dentro de un marco de verdura la Virgen María Inmaculada, con su propia
cara, sus propios ojos, que al mirar ponían en sí mismos toda la hermosura del cielo. La Nela se
quedó muda, petrificada, y con una sensación que era al mismo tiempo el fervor y el espanto.
No pudo dar un paso, ni gritar, ni moverse, ni respirar, ni apartar sus ojos de aquella aparición
maravillosa.
© RinconCastellano 1997 – 2011 www.rinconcastellano.com