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-¡Benditos sean los hombres sabios y caritativos! -exclamó el padre, mirando a Teodoro-.
Pasen ustedes, señores. Que sea bendito el instante en que ustedes entran en mi casa.
-Veamos este caso -murmuró Golfín.
Cuando Pablo y los dos hermanos entraron, D. Francisco se volvió hacia Mariquilla, que se
había quedado en medio del patio inmóvil y asombrada, y le dijo con bondad:
-Mira, Nela, más vale que te vayas. Mi hijo no puede salir esta tarde.
Y luego, como viese que no se marchaba, añadió:
Al día siguiente, Pablo y su guía salieron de la casa a la misma hora del anterior; mas como
estaba encapotado el cielo y soplaba un airecillo molesto que amenazaba convertirse en
vendaval, decidieron que su paseo no fuera largo. Atravesando el prado comunal de Aldeacorba,
siguieron el gran talud de las minas por Poniente con intención de bajar a las excavaciones.
Marianela
-Puedes pasar a la cocina. Dorotea te dará alguna chuchería.
-Nela, tengo que hablarte de una cosa que te hará saltar de alegría -dijo el ciego, cuando
estuvieron lejos de la casa-. ¡Nela, yo siento en mi corazón un alborozo!... Me parece que el
Universo, las ciencias todas, la historia, la filosofía, la Naturaleza, todo eso que he aprendido, se
me ha metido dentro y se está paseando por mí... es como una procesión. Ya viste aquellos
caballeros que me esperaban ayer...
-D. Carlos y su hermano, el que encontramos anoche.
-El cual es un famoso sabio, que ha corrido por toda la América, haciendo maravillosas
curas... Ha venido a visitar a su hermano... Como D. Carlos es tan buen amigo de mi padre, le ha
rogado que me examine... ¡Qué cariñoso y qué bueno es! Primero estuvo hablando conmigo;
preguntome varias cosas y me contó otras muy chuscas y divertidas. Después díjome que me
estuviese quieto: sentí sus dedos en mis párpados... Al cabo de un gran rato dijo unas palabras
que no entendí: eran palabras de medicina. Mi padre no me ha leído nunca nada de Medicina.
Acercáronme después a una ventana. Mientras me observaba con no sé qué instrumento, ¡había
en la sala un silencio!... El doctor dijo después a mi padre: «Lo intentaremos». Decían otras cosas
en voz muy baja para que no pudiera yo entenderlas, y creo que también hablaban por señas.
Cuando se retiraron mi padre me dijo: «Hijo de mi alma, no puedo ocultarte la alegría que hay
dentro de mí. Ese hombre, ese ángel de Dios, me ha dado esperanza, muy poca esperanza; pero
la esperanza parece que se agarra más, cuando más chica es. Quiero echarla de mí diciéndome
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