libros | Page 32
-Eso sí que es gracioso.
-Paréceme que teniéndolas en mi mano me dan a entender... no puedo decirte cómo... que
son bonitas. Dentro de mí hay una cosa, no puedo decirte qué, una cosa que responde a ellas.
¡Ay! Nela, se me figura que por dentro yo veo algo.
-¡Oh!, sí, lo entiendo... como que todo los tenemos dentro. El sol, las yerbas, la luna y el cielo
grande y azul, lleno siempre de estrellas; todo, todo lo tenemos dentro; quiero decir que además
de las cosas divinas que hay fuera, nosotros llevamos otras dentro. Y nada más... Aquí tienes una
flor, otra, otra, seis: todas son distintas. ¿A que no sabes tú lo que son las flores?
-Pues las flores -dijo el ciego, algo confuso, acercándolas a su rostro- son... unas como
sonrisillas que echa la tierra... La verdad, no sé mucho del reino vegetal.
-Vaya un disparate. ¿Y las estrellas, qué son?
-Las estrellas son las miradas de los que se han ido al cielo.
Marianela
-Madre Divinísima, ¡qué poca ciencia! -exclamó María, acariciando las manos de su amigo-.
Las flores son las estrellas de la tierra.
-Entonces las flores...
-Son las miradas de los que se han muerto y no han ido todavía al cielo -afirmó la Nela, con la
convicción y el aplomo de un doctor-. Los muertos son enterrados en la tierra. Como allá abajo
no pueden estar sin echar una miradilla a la tierra, echan de sí una cosa que sube en forma y
manera de flor. Cuando en un prado hay muchas flores es porque allá... en tiempos de atrás,
enterraron en él muchos difuntos.
-No, no -replicó Pablo con seriedad-. No creas desatinos. Nuestra religión nos enseña que el
espíritu se separa de la carne y que la vida mortal se acaba. Lo que se entierra, Nela, no es más
que un despojo, un barro inservible que no puede pensar, ni sentir, ni tampoco ver.
-Eso lo dirán los libros, que según dice la Señana, están llenos de mentiras.
-Eso lo dicen la fe y la razón, querida Nela. Tu imaginación te hace creer mil errores. Poco a
poco yo los iré destruyendo, y tendrás ideas buenas sobre todas las cosas de este mundo y del
otro.
-¡Ay, ay, con el doctorcillo de tres por un cuarto!... Ya... cuando has querido hacerme creer
que el sol está quieto y que la tierra da vueltas a la redonda!... ¡Cómo se conoce que no lo ves!
¡Madre del Señor! Que me muera en este momento, si la tierra no se está más quieta que un
peñón, y el sol va corre que corre. Señorito mío, no se la eche de tan sabio, que yo he pasado
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