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-Eso -afirmó nuevamente la Nela, con acento de la más firme convicción. -Ya veo que esas cosas no se pueden explicar. Antes me formaba yo idea del día y de la noche. ¿Cómo? Verás: era de día, cuando hablaba la gente; era de noche, cuando la gente callaba y cantaban los gallos. Ahora no hago las mismas comparaciones. Es de día, cuando estamos juntos tú y yo; es de noche, cuando nos separamos. -¡Ay, divina Madre de Dios! -exclamó la Nela, echándose atrás las guedejas que le caían sobre la frente-. A mí, que tengo ojos, me parece lo mismo. -Voy a pedirle a mi padre que te deje vivir en mi casa, para que no te separes de mí. -Bien, bien -dijo María batiendo palmas otra vez. Marianela Y diciéndolo, se adelantó saltando algunos pasos y recogiendo con extrema gracia sus faldas, empezó a bailar. -¿Qué haces, Nela? -¡Ah!, niño mío, estoy bailando. Mi contento es tan grande, que me han entrado ganas de bailar. Pero fue preciso saltar una pequeña cerca, y la Nela ofreció su mano al ciego. Después de pasar aquel obstáculo, siguieron por una calleja tapizada en sus dos rústicas paredes de lozanas hiedras y espinos. La Nela apartaba las ramas para que no picaran el rostro de su amigo, y al fin, después de bajar gran trecho, subieron una cuesta por entre frondosos castaños y nogales. Al llegar arriba, Pablo dijo a su compañera: -Si no te parece mal, sentémonos aquí. Siento pasos de gente. -Son los aldeanos que vuelven del mercado de Homedes. Hoy es miércoles. El camino real está delante de nosotros. Sentémonos aquí antes de entrar en el camino real. -Es lo mejor que podemos hacer. Choto, ven aquí. Los tres se sentaron. -Si está esto lleno de flores... -dijo la Nela-. ¡Madre!, ¡qué guapas! 30 -Cógeme un ramo. Aunque no las veo, me gusta tenerlas en mi mano. Se me figura que las oigo. © RinconCastellano 1997 – 2011  www.rinconcastellano.com