libros | Page 103
-No, no, todos dicen que no -afirmó Pablo con vehemencia, y dirigía su cara vendada hacia la
primita, como si al través de tantos obstáculos quisiera verla aún-. Antes me decían eso y yo no
lo quería creer; pero después que tengo conciencia del mundo visible y de la belleza real, lo creo,
sí, lo creo. Eres un tipo perfecto de hermosura; no hay más allá, no puede haberlo... Dame tu
mano. El primo estrechó ardientemente entre sus manos la de la señorita.
-Ahora me río yo -añadió él- de mi ridícula vanidad de ciego, de mi necio empeño de apreciar
sin vista el aspecto de las cosas... Creo que toda la vida me durará el asombro que me pro dujo la
realidad... ¡La realidad! El que no la posee es un idiota... Florentina, yo era un idiota.
-No, primo; siempre fuiste y eres muy discreto... Pero no excites ahora tu imaginación...
Pronto será hora de dormir. D. Teodoro ha mandado que no se te dé conversación a esta hora,
porque te desvelas... Si no te callas me voy.
-¿Es ya de noche?
Marianela
-Sí, es de noche.
-Pues sea de noche o de día, yo quiero hablar -afirmó Pablo, inquieto en su lecho, sobre el
cual reposaba vestido y muy excitado-. Con una condición me callo, y es que no te vayas de mi
lado y de tiempo en tiempo des una palmada en la cama, para saber yo que estás ahí.
-Bueno, así lo haré, y ahí va la primer fe de vida -dijo Florentina, dando una palmada en la
cama.
-Cuando te siento reír, parece que respiro un ambiente fresco y perfumado, y todos mis
sentidos antiguos se ponen a reproducirme tu persona de distintos modos. El recuerdo de tu
imagen subsiste en mí de tal manera que vendado te estoy viendo lo mismo.
-¿Vuelve la charla?... Que llamo a D. Teodoro -dijo la señorita jovialmente.
-No... estate quieta. Si no puedo callar... si callara, todo lo que pienso, todo lo que siento y lo
que veo aquí dentro de mi cerebro me atormentaría más... ¡Y quieres tú que duerma!... ¡Dormir!
Si te tengo aquí dentro, Florentina, dándome vueltas en el cerebro y volviéndome loco...
Padezco y gozo lo que no se puede decir, porque no hay palabras para decirlo. Toda la noche la
paso hablando contigo y con la Nela... ¡la pobre Nela!, tengo curiosidad de verla, una curiosidad
muy grande.
-Yo misma iré a buscarla mañana... Vaya, se acabó la conversación. Calladito, o me marcho.
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-Quédate... Hablaré conmigo mismo... Ahora voy a repetir las cosas que te dije anoche,
cuando hablábamos solos los dos... voy a recordar lo que tú me dijiste...
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