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-¿Yo?
-Es decir, las cosas que yo me figuraba oír de tu boca... Silencio, señorita de Penáguilas... yo
me entiendo solo con mi imaginación.
Al día siguiente cuando Florentina se presentó delante de su primo, le dijo:
-Traía a Mariquilla y se me escapó. ¡Qué ingratitud!
-¿Y no la has buscado?
-¿Dónde?... ¡Huyó de mí! Esta tarde saldré otra vez y la buscaré hasta que la encuentre.
-No, no salgas -dijo Pablo vivamente-. Ella parecerá, ella vendrá sola.
-¿Sabe que tengo vista?
-Yo misma se lo he dicho. Pero sin duda ha perdido el juicio. Dice que yo soy la Santísima
Virgen y me besa el vestido.
Marianela
-Parece loca.
-Es que le produces a ella el mismo efecto que a todos. La Nela es tan buena... ¡Pobre
muchacha! Es preciso protegerla, Florentina, protegerla, ¿no te parece?
-Es una ingrata -dijo Florentina con tristeza.
-¡Ah!, no lo creas. La Nela no puede ser ingrata. Es muy buena... yo la aprecio mucho... Es
preciso que me la busquen y me la traigan aquí.
-Yo iré.
-No, no, tú no -dijo prontamente Pablo, tomando la mano de su prima-. La obligación de
usted, señorita sin juicio, es acompañarme. Si no viene pronto el señor Golfín a levantarme la
venda y ponerme los vidrios, yo me la levantaré solo. Desde ayer no te veo, y esto no se puede
sufrir, no, no se puede sufrir... ¿Ha venido D. Teodoro?
-Abajo está con tu padre y el mío. Pronto subirá. Ten paciencia; pareces un chiquillo de
escuela.
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Pablo se incorporó con desvarío.
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