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tu cara salen unos como rayos... al fin puedo tener idea de cómo son los ángeles... y tu cuerpo,
tus manos, tus cabellos vibran mostrándome ideas preciosísimas... ¿qué es esto?
-Principia a hacerse cargo de los colores -murmuró Golfín-. Quizás vea los objetos rodeados
con los colores del iris. Aún no posee bien la adaptación a las distancias.
-Te veo dentro de mis propios ojos -añadió Pablo-. Te fundes con todo lo que pienso, y tu
persona visible es para mí como un recuerdo. ¿Un recuerdo de qué? Yo no he visto nada hasta
ahora... ¿Habré vivido antes de esta vida? No lo sé; pero yo tenía noticias de esos tus ojos. Y tú,
padre, ¿dónde estás? ¡Ah!, ya te veo. Eres tú... se me representa contigo el amor que te tengo...
¿Pues y mi tío?... Ambos os parecéis mucho... ¿En dónde está el bendito Golfín?
Marianela
-Aquí... en la presencia de su enfermo -dijo Teodoro presentándose-. Aquí estoy más feo que
Picio... Como usted no ha visto aún leones ni perros de Terranova, no tendrá idea de mi belleza...
Dicen que me parezco a aquellos nobles animales.
-Todos son buenas personas -dijo Pablo con gran candor-; pero mi prima a todos les lleva
inmensa ventaja... ¿Y la Nela?, por Dios, ¿no traen a la Nela?
Dijéronle que su lazarillo no parecía por la casa, ni podían ellos ocuparse en buscarla, lo que
le causó grandísima pena. Procuraron calmarle, y como era de temer un acceso de fiebre, le
acostaron, incitándole a dormir. Al día siguiente era grande su postración, pero de todo triunfó
su naturaleza enérgica. Pidió que le enseñaran un vaso de agua y al verlo dijo:
-Parece que estoy bebiendo el agua sólo con verla.
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Del mismo modo se expresó con respecto a otros objetos, los cuales hacían viva impresión
en su fantasía. Golfín después de tratar de remediar la aberración de esfericidad por medio de
lentes, que fue probando uno tras otro, principió a ejercitarle en la distinción y combinación de
los colores; pero el vigoroso entendimiento del joven propendía siempre a distinguir la fealdad
de la hermosura. Distinguía estas dos ideas en absoluto, sin que influyera nada en él ni la idea de
utilidad, ni aun la de bondad. Pareciole encantadora una mariposa que extraviada entró en su
cuarto. Un tintero le parecía horrible, a pesar de que su tío le demostró con ingeniosos
argumentos, que servía para poner la tinta de escribir... la tinta de escribir. Entre una estampa
del Crucificado y otra de Galatea navegando sobre una concha con escolta de tritones y ninfas,
prefirió esta última, lo que hizo mal efecto en Florentina, que prometió enseñarle a poner las
cosas sagradas cien codos por encima de las profanas. Observaba las caras con la más viva
atención, y la maravillosa concordancia de los accidentes faciales con el lenguaje le pasmaba en
extremo. Viendo a las criadas y a otras mujeres de Aldeacorba, manifestó el más vivo desagrado,
porque eran o feas o insignificantes; y es que la hermosura de su prima convertía en adefesios a
todas las demás mujeres. A pesar de esto, deseaba verlas a todas. Su curiosidad era una fiebre
intensa que de ningún modo podía calmarse. Cada vez era mayor su desconsuelo por no ver a la
Nela; pero en tanto rogaba a Florentina que no dejase de acompañarle un momento.
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