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Teodoro Golfín observaba estos fenómenos con la más viva curiosidad, porque era aquél el
segundo caso de curación de ceguera congénita que había presenciado. Los demás no se
atrevían a manifestar alegría; de tal modo les confundía y pasmaba la perturbada inauguración
de las funciones ópticas en el afortunado paciente. Pablo experimentaba una alegría delirante.
Sus nervios y su fantasía hallábanse horriblemente excitados, por lo cual Teodoro juzgó prudente
obligarle al reposo. Sonriendo le dijo:
-Por ahora ha visto usted bastante. No se pasa de la ceguera a la luz, no se entra en los
soberanos dominios del sol como quien entra en un teatro. Es este un nacimiento en que hay
también mucho dolor.
-Mi interior -dijo Pablo, explicando su impresión primera- está inundado de hermosura, de
una hermosura que antes no conocía. ¿Qué cosas fueron las que entraron en mí llenándome de
terror? La idea del tamaño, que yo no concebía sino de una manera imperfecta, se me presentó
clara y terrible, como si me arrojaran desde las cimas más altas a los abismos más profundos.
Todo esto es bello y grandioso, aunque me hace estremecer. Quiero ver repetidas esas
sensaciones sublimes. Aquella extensión de hermosura que contemplé me ha dejado
anonadado: era una cosa serena y majestuosamente inclinada hacia mí como para recibirme. Yo
veía el Universo entero corriendo hacia mí y estaba sobrecogido y temeroso... El cielo era un
gran vacío atento, no lo expreso bien... era el aspecto de una cosa extraordinariamente dotada
de expresión. Todo aquel conjunto de cielo y montañas me observaba y hacia mí corría... pero
todo era frío y severo en su gran majestad. Enséñenme una cosa delicada y cariñosa... la Nela,
¿en dónde está la Nela?
Marianela
Más tarde el joven mostró deseos tan vehementes de volver a ejercer su nueva facultad
preciosa, que Teodoro consintió en abrirle un resquicio del mundo visible.
Al decir esto, Golfín, descubriendo nuevamente sus ojos a la luz y auxiliándoles con anteojos
hábilmente graduados, le ponía en comunicación con la belleza visible.
-¡Oh! Dios mío... ¿esto que veo es la Nela? -exclamó Pablo con entusiasta admiración.
-Es tu prima Florentina.
-¡Ah! -dijo el joven lleno de confusión-. Es mi prima... Yo no tenía idea de una hermosura
semejante... Bendito sea el sentido que permite gozar de esta luz divina. Prima mía, eres como
una música deliciosa, eso que veo me parece la expresión más clara de la armonía... ¿Y la Nela
dónde está?
-Tiempo tendrás de verla -dijo D. Francisco lleno de gozo-. Sosiégate ahora.
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-¡Florentina, Florentina! -repitió el ciego con desvarío-. ¿Qué tienes en esa cara que parece
la misma idea de Dios puesta en carnes? Estás en medio de una cosa que debe de ser el sol. De
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