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La Resurrección: Una Promesa Cumplida
los creyentes. Participar en el mandamiento de Jesús de “comer su carne” y
“beber su sangre” no sólo nos recuerda lo que Dios ha hecho por nosotros,
también nos trae, junto con todos los creyentes, a un compañerismo íntimo
con Dios.
En Cristo, hemos sido hechos “uno” con Dios y “uno” los unos con los
otros. En la comunión, participamos en esa graciosamente creada unidad en
una manera invisible e indescriptible.
El bautismo también
La práctica cristiana del bautismo también está fundamentada en los he-
chos principales de la fe: Jesús, el Hijo de Dios, murió por nosotros y fue
resucitado otra vez a la vida. Pablo escribió: “por el bautismo fuimos sepul-
tados juntamente con él en la muerte, para que así como Cristo fue resucita-
do de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros ande-
mos en novedad de vida” (Romanos 6:4).
Llegar a estar bajo las aguas del bautismo simboliza una muerte y sepul-
tura, nuestra participación en la crucifixión y muerte de Jesús. Pero entrar en
la muerte con Jesús es meramente preparación para entrar en la nueva vida
con Él. Es el viejo hombre que se muere en el sepulcro acuoso del bautismo.
“Sabemos que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para
que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que ya no seamos esclavos
del pecado; porque el que ha muerto ha sido justificado del pecado” (v. 6 y
7).
Nosotros los humanos conocemos la es-
clavitud al pecado. Conocemos las invisi-
bles, pero humanamente invencibles cade-
nas que nos atan en hábitos y deseos auto-
destructivos. Conocemos el orgullo, las
barreras personales, las defensas del ego, la
envidia abrumadora, el resentimiento, la
avaricia, la lujuria ardiente. Conocemos la
falta de poder, el fracaso, la frustración, la
depresión. Conocemos la soledad, el aisla-
miento, el temor. Y sabemos acerca del fin
de todo: la última oscuridad y separación que llamamos muerte.
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