normal verla así, entonces tomó la decisión de observar sus acciones más detenidamente.
Pasaron los días y los síntomas de su enfermedad empezaron a aumentar, ya no dormía, no comía, no hablaba, estaba a la defensiva y era agresiva con Eric. El sábado, alrededor de las veinte horas, él se acercó a ella con un café americano con crema en la mano, se sentó con ella en el sillón y dulcemente, le explicó que un médico amigo lo había orientado para que ella empezara un tratamiento, por los síntomas demostrados últimamente. María en ese momento rechazó rotundamente la propuesta, se levantó y se encerró en su habitación; él, del otro lado de la puerta queriendo abrirla, le decía impaciente y a los gritos que era lo mejor para ella.
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